Admiro a las personas que saben relacionarse con la gente que no les cae bien, sin perder un ápice de autenticidad y manteniéndose en sus principios. Lo digo de verdad, sin ironías. Me flipan, los admiro y yo de mayor quiero ser así… en serio.
Creo que es una manifestación de la inteligencia saber hacer esto bien.
Y es que, en este sentido, las fronteras entre lo auténtico, lo socialmente aceptable y la hipocresía pueden parecer difusas. Así que dependiendo del carácter, habrá quienes sean más laxos en sus relaciones complicadas y sufran por ello, y quienes estén “defensivamente” obsesionados con su autenticidad y también sufran por ello. También los habrá, por supuesto, que no sufran en absoluto por nada y se muestren abiertos a mercadear con lo que sea para conseguir lo que tengan en mente.
…pero insisto, a mi quienes me inspiran son esas personas que tienen la capacidad de relacionarse efectivamente con un amplio espectro de personas, incluyendo aquellas con quienes no tienen sintonía.
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300 milisegundos
Hace poco escuché al neurocientífico Mariano Sigman, al que le hacían una interesantísima entrevista a la que te enlazo desde aquí, decir que “viendo la cara de alguien, más o menos en 300 milisegundos ya se tiene una opinión formada de si esa persona es agradable, si es competente, si es inteligente, …”, conclusiones a las que nuestro cerebro llega mucho antes de que nosotros mismos seamos conscientes de esas conclusiones. No me digáis que no tiene su punto. Es como si nuestro cerebro decidiese por nosotros.
Desde un punto de vista un tanto cómico, podríamos decir que esta rapidez de nuestro cerebro se debe paradójicamente a que el cerebro es un tanto ‘vaguete’, esto es, prefiere acudir a determinados atajos (creencias, experiencias pasadas, patrones anteriores,…) o heurísticos, que le permitan tomar una decisión rápida, en vez de currarse cada singularidad que se le presente.
Ahora, como nos dice Sigman, “la gente que tiene cara de competente ¿Es competente?, la gente que tiene cara de inteligente ¿es inteligente?… podría ser el caso, pero resulta que no lo es”, y cita a Kanhnemang (el psicólogo Premio Nobel de Economía) quien descubrió que existe una correlación bajísima “entre lo que la cara expresa sobre las competencias humanas y la verdadera competencia humana”. Esto es, que nos equivocamos con demasiada frecuencia sobre nuestras ‘expectativas rápidas’.
En definitiva, que no es que esa persona sea inteligente, simpática o antipática, es que ‘simplemente’ nos parece inteligente, simpática o antipática.
Entender este punto de partida quizás nos pueda ayudar a comprender cómo son algunas de nuestras reacciones, cómo gestionamos las primeras impresiones focalizando la atención en aquello que confirme nuestra creencia, y cómo este tipo de ‘decisiones emocionales’ repercuten en nuestra gestión de las relaciones.
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Más allá del primer suspiro… retos
Prevenidos ya por la falta de acierto de nuestras ‘primeras impresiones’, de las que podemos concluir que son las más duraderas aunque no las más acertadas, es conveniente considerar otro tipo de factores que influyen en nuestra manera de abordar nuestros encuentros más complicados.
Estos factores serán, posiblemente, los retos que debamos de afrontar de cara a gestionar adecuadamente nuestras relaciones con quienes no nos caen bien. No creo que sea una asunto fácil, pero sí necesario de cara a navegar efectivamente en nuestros contextos personales o profesionales. Ni estamos para generar consenso, ni los demás están para caernos necesariamente bien, y de una forma u otra, las posibilidades de concurrencia de unos con otros son una realidad.
Así, ‘forzar determinados gestos’ (por ejemplo, una sonrisa o un sobreactuado saludo) es una primera zancadilla que ponemos o con la que nos podemos encontrar. Y es que, reconozcámoslo… ese fruncimiento de labios que hace que nuestra sonrisa se parezca más a una mueca, resulta descaradamente delator y absolutamente determinante en el desarrollo de nuestra interacción.
Del mismo modo ocurre cuando tratamos de ‘forzar nuestra simpatía’ y nos convertimos en un mal actor de nosotros mismos; algo que cuando lo percibimos de los demás lo podemos sentir incluso como un ataque o un acto de cinismo.
Creo que estos dos factores son los que primeramente nos hacen perder el equilibrio. También creo que son los más complicados de gestionar, ya que tiene que ver con una primera reacción automática sobre la que tenemos escaso control.
En otra dimensión, más allá de la inicial, conductas como no escuchar a los demás o decirle a la gente ‘lo que tiene que hacer’, bien mediante consejos, bien mediante ‘consultorías no solicitadas’ son una clara injerencia con respecto al otro. O dicho de otra forma, un caldo de cultivo fantástico para ‘caer mal’ o ‘que nos caigan mal’.
Otros aspectos que influyen en este tipo de distanciamiento entre las personas pueden ser el exceso de buen humor, o el humor a costa de otra persona (abuso del sarcasmo), un elevado tono en las maneras y en las formas de decir las cosas, o una excesiva atención a detalles periféricos y sin importancia.
(Si te gusta el tema y quieres profundizar un poquito más, a mí me ha parecido curioso e inspirador el artículo ¿Por qué la gente cae mal?).
¿Bueno, y qué estrategias podemos seguir con esta gente que nos cae mal?
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Equilibrio y autogestión
Claro que esto, equilibrio y control, no es nada que no supieras. Tampoco te voy a dar una receta mágica a modo de antídoto que te limpie la sangre cuando estás tratando con esta peña, primero porque no la tengo, y segundo porque no creo que exista.
A mí me resulta muy útil tomar conciencia del grado de permeabilidad emocional que tengo con respecto a determinadas personas. Tomar conciencia de ello me permite conocerme e indagar sobre qué me hace perder el equilibrio. Solo entonces puedo entrenar mi autocontrol, probando diferentes respuestas en mi cabeza, que pudieran sustituir a mis reacciones no deseadas.
Por otro lado, tener claro nuestros objetivos, metas y los valores que sustentan nuestras acciones es el mejor criterio posible a la hora de tomar una decisión cuando interactuamos con alguien que nos saca de quicio. Esto es, mejor fijar el rumbo antes de la tormenta y no modificarlo durante la tormenta (ya que entonces no podré pensar con claridad y mis decisiones no serán las mejores en esos momentos).
Muy relacionado con lo anterior está la capacidad que tengamos de centrarnos en las necesidades y no en los intereses. Centrarnos en los intereses implica tener el foco en el “¿Qué quiere?” (algo que no nos dará mucha perspectiva para actuar), mientras, saber ir más allá y leer las necesidades tiene que ver con tratar de responder a la pregunta “¿Para qué lo quiere?”, lo que sí nos dará más posibilidades de acción y de resolución del conflicto que se nos pueda crear.
Quiero incluir en este punto el no condenar a nadie, ya sabes mi opinión con respecto a que las personas tóxicas no existen, y a que esta solución consistente en ‘etiquetar’ de esta manera me parece, como he dicho otras veces: reactiva, facilona y a la larga nada efectiva.
Por último, no está demás aceptar que los demás nos puedan rechazar, aceptar que no tenemos por qué convencer a todo el mundo y que nuestros valores no son universalmente compartidos por los demás por muy justos que nos parezcan. En otras palabras, relativizar nuestras posiciones, que no está nada mal.
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Espero, sin más, haber contribuido a la reflexión sobre cómo actuamos frente a quienes no nos caen bien, qué impacto tienen estas personas sobre nuestras propias reacciones, o mejor dicho, hasta qué punto dejamos que nos marquen el pulso emocional, hasta qué punto consentimos que nos marquen el ritmo y el estado de ánimo… ¿o es que tú no eres dueño de tus propias emociones?
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Procesos y Aprendizaje
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Hacerlo bien con quien nos cae mal
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Imagen vía Pixabay
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La parte positiva de mantener relaciones con este tipo de personas, es el descubrimiento y aprendizaje de tu propia capacidad para gestionar tus emociones. Agradezco y aprovecho cuando se cruzan en mi camino para crecer y avanzar. Gracias por tus,artículos, muy interesantes
Totalmente de acuerdo contigo Asunción. Muchas gracias a ti, por pasarte por aquí y compartir tu punto de vista. Un abrazo!
David.
Apreciado David, yo creo que para que eso se produzca debe haber un cierto grado de tolerancia y humildad de quien lo prodiga, además de un deseo de optimizar el esfuerzo. No se trata de ser cínicos, solo de dejarse mirar al ombligo más de la cuenta.
Siempre he pensado que cerrar puertas de manera precipitada, es una absurda forma de perder amigos en el futuro
Me quedo con tu última frase Benito, “cerrar puertas de manera precipitada, es una absurda forma de perder amigos en el futuro”, me da que pensar, me refuerza mi postura y vaya… a veces es complicado. Un abrazo, David.