Cada día me causa más recelo el perfeccionismo. Quizás porque he tomado conciencia (o la voy tomando) del coste tan alto que tiene afrontar las cosas desde el enfoque ‘perfeccionista’, algo que he venido descubriendo tanto por propia experiencia personal como por experiencia profesional.
De hecho, me llega a parecer ridículo cuando alguien habla de su ‘perfeccionismo’ como uno de esos ‘defectos’ de los que se puede presumir, así, como el que no quiere la cosa, ya que el perfeccionismo da mucho juego para terminar convirtiéndolo en una virtud, aunque más que virtud represente en realidad un buen puñado de carencias e inseguridades.
Y es que el perfeccionismo, socialmente, tiene muy buena ‘prensa’…
…(prensa: máquina que sirve para comprimir, cuya forma varía según los usos a que se aplica. -según el Diccionario de la RAE-).
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Del ‘quiero’ al ‘debo’, pasando por el ‘tengo que’
Como ni todo es negro ni todo es blanco, y mucho menos en temas de actitudes, maneras y formas, y cada contexto es lo que determina el verdadero significado de cada cosa, tampoco puedo decir que el perfeccionismo sea algo malo en sí.
El perfeccionismo puede ser una fuente de motivación a la hora de afrontar un reto, entre otras cosas, porque no te permite rendirte ante determinados obstáculos. Incluso puede darnos cierta dirección a la hora de solventar determinados problemas, despejándonos las dudas de hacia dónde tenemos que ir o qué resultado es el que nos gustaría obtener. Sin duda, y en su justa medida, el perfeccionismo puede incrementar la calidad de nuestros resultados y sacar lo mejor de nuestras competencias.
El problema puede venir cuando pasamos del “quiero hacerlo así” al “tengo que hacerlo así”, cueste lo que cueste (en tiempo, recursos e incluso dinero), y del “tengo que hacerlo así” al “debo hacerlo así” cueste lo que cueste y por encima de todo.
Sacrificamos por tanto nuestra efectividad en favor de nuestro perfeccionismo, con todo lo que ello conlleva y cargando con la constante amenaza que representan pensamientos y condicionales del tipo “esto se podría hacer mejor”.
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Procrastinación y ‘no sé si estaré a la altura’
Uno de los problemas del perfeccionismo es que podemos terminar desarrollando uno de los hábitos más nocivos que existen en nuestros días, la procrastinación (o el hábito de retrasar actividades y asuntos que requieren de nuestra atención y ocupación).
Probablemente, cuanto más importante sea una cuestión para un perfeccionista, más pre-ocupado estará en encontrar “la mejor manera de abordarla”… algo que se puede convertir en una frustrante búsqueda infinita que terminará por estancar las iniciativas y dejar sin hacer aquello que se tiene que hacer, convirtiéndose “la parálisis” en una de las actitudes más recurrentes de la persona perfeccionista, que no hará nada hasta que encuentre la mejor manera de hacerlo.
Por otro lado, el perfeccionismo tiene un punto de ‘autocastigo’ constante. El rendimiento del perfeccionista tiende a ser fiscalizado por el propio perfeccionista, y visto lo que hemos visto, rara vez se sentirá satisfecho con ese rendimiento y si lo está, siempre tendrá un apartado de ‘mejoras’ que pesarán más que los logros. Nunca termina de estar del todo satisfecho.
Es un sufrimiento continuo olvidarse de los objetivos para focalizarse en la mejora del proceso y de los resultados, y un castigo excesivo no tener en cuenta lo que se hace enredándose en “lo que podría haber sido”.
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En la forma y en el fondo
En la forma, el perfeccionismo desmedido consume el tiempo y los recursos, y con ellos la productividad. Porque ni mucho menos el perfeccionismo correlaciona positivamente con la productividad, todo lo contrario. Te puedes perder redondeando detalles insignificantes, preparando “el mejor equipaje” o merodeando por “las mejores” rutas posibles sin terminar de llegar al destino o incluso sin comenzar del todo el viaje.
En el fondo, en muchas ocasiones, el perfeccionismo es una manifestación del miedo al fracaso, a no estar a la altura, a no cumplir con tus expectativas (o las que crees que los demás tienen sobre ti), … de sentir que no se tienen los recursos suficientes para abordar una situación, o de una falta de confianza y seguridad en las propias competencias.
Por otro lado, el perfeccionismo también puede ser una manifestación de la rigidez de nuestros enfoques, nuestras estrategias y nuestras ideas. El perfeccionista es mucho de “o todo o nada”, esto es, “o se hace BIEN o no vale”, dinamitando todos los matices propios y característicos de un mundo como el nuestro, cambiante, dinámico y flexible.
El problema es que las cosas casi nunca salen como las teníamos en la cabeza, y que la tolerancia a la frustración es más bien baja en quienes no se perdonan el “no hacer las cosas como HAY QUE HACERLAS”.
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‘Perfeccionista’ o ‘aprendiz’
El perfeccionista no aprende, se evalúa; y cuando se evalúa se sanciona por haber fallado. El error siempre es más saliente que el acierto. El perfeccionista solo disfruta cuando la cosas han salido perfectas (o sea, casi nunca), así que tiene el foco en ‘no fallar’. No se permite aprender.
El aprendiz aprende, y como aprende, acepta que puede fallar, que puede cometer errores. El fallo y el error es inherente a cualquier proceso de aprendizaje… cuando uno está aprendiendo a andar lo normal es caerse, y no recibe castigo alguno por ello, porque está aprendiendo. Estar en ‘continuo aprendizaje’ es una actitud ante la vida, cada vez más necesaria en un mundo despiadadamente veloz, en el que lo nuevo se hace viejo casi de inmediato. El aprendizaje no está reñido con la productividad, como el error es una variable natural de cualquier proceso.
Aceptar que las cosas se pueden abordar y terminar de una forma diferente a como te hubiera gustado abordarlas es una manera de ampliar los propios esquemas ajustándolos a la realidad de las cosas y los contextos. Cuidar los detalles pero no perderse en ellos, una manera de ponderar nuestros criterios de calidad. Hacer y aprender haciendo es una manera de ir elaborando nuestra estrategia y de conocernos a nosotros mismos mientras caminamos. Fracasar es relativo y siempre circunstancial, y las circunstancias pasan. Las expectativas son una forma de fantasía. El sentimiento de falta de recursos y de seguridad son una llamada a la búsqueda de nuevos recursos y apoyo. Gestionar todo esto una forma de madurez personal.
Que no te digo que ‘cualquier cosa’ valga. No te estoy diciendo que te conformes con lo que salga y de la manera que salga, más bien te estoy hablando de que no sufras, de que aceptes, aprendas, mejores, crezcas, disfrutes, tengas conciencia, otras perspectivas diferentes y no mueras en el intento. Pero para nada estoy haciendo apología del conformismo. Que no.
Que la calidad y el cuidado en lo que haces forma parte de cómo los demás nos terminarán percibiendo como profesionales y como personas. Que el cuidado en las acciones es una forma de respetar nuestro talento y a las personas a las que se dirige el resultado de lo que hacemos. Que la mejora continua puede ser una manera de crecer o una forma de tortura, y la obsesión por las formas y lo perfecto una manera de arruinar lo que hacemos y nuestras propias competencias.
Que la evaluación es una respuesta sobre cómo van o han ido las cosas, no una sentencia.
Acepta, aprende y sobre todo, tolérate como aprendiz.
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Procesos y Aprendizaje
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La falsa virtud del perfeccionismo
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Estoy de acuerdo contigo, aunque me faltaría definir con claridad qué es y qué no es perfeccionismo. En mi experiencia, lo que para unos puede ser perfeccionismo, para otros no alcanza unos mínimos de calidad. La supuesta evitación del perfeccionismo se convierte en muchos casos en la excusa perfecta para la chapuza. Personalmente me considero muy lejos de ser un perfeccionista pero sí me gusta el trabajo bien hecho. Creo en la regla de Pareto. Pero estoy convencido de que la chapuza que tanto gusta por estas tierras es tan antiproductiva, o más, que el perfeccionismo.
Un abrazo y enhorabuena por el post!
Buenos día José Miguel,
En primer lugar comentarte que estoy absolutamente de acuerdo con tu comentario, y quizás este post viene escrito de una reflexión en la que se me cruzan dos ideas: quiero trabajar bien, hacer las cosas bien e involucrarme en lo que hago (todo esto es lo que me ha permitido ganarme la vida como me la gano)… y por otro lado, no quiero caer en un continuo sufrimiento por un “HACER LAS COSAS PERFECTAS” que noto que merman bastante mi productividad (cuando ‘dependemos’ de lo que seamos capaces de hacer, la autopresión en este sentido nos mueve la brújula peligrosamente). A estas dos variables, súmale la de personas con las que trabajo que están absolutamente paralizadas porque no terminan de encontrar ‘la mejor manera para…’.
Con respecto al tema de la chapuza… ufff… 100% de acuerdo contigo. Una chapuza es el humo de algo que se terminará quemando, lo tengo clarísimo.
Un abrazo y encantado de que te pases por aquí,
David
Siempre he aceptado el refrán de que “lo perfecto es enemigo de lo bueno”, mientras que la optimización sí me ha cautivado y ahí es donde incido habitualmente en mis charlas y en mi propio comportamiento. Para mi, optimizar es obtener el mejor resultado que tú eres capaza de entregar en ese momento y en ese tema, sin olvidar que con ello debes ser feliz.
David plantea un severo problema que llega, incluso, a empezar algo y no terminarlo nunca pues se busca el perfeccionismo, parece que eso se llama procrastinación, baja palabreja, ¡no tenía ni idea!, pero hoy la he aprendido.
Conozco a un joven que es un ¿procrastiniano? Y, aunque tiene un buen expediente, no es capaz de superar las entrevistas, y a veces ni le llaman a causa de sus escritos previos, pero el joven no se da cuenta de ello. Me pregunto si le vendrá de esa época preadolescente en que le llamaban “mi niño bonito” y que luego se ha mantenido hasta casi la treintena, pero… ¡como le digo a mamá que no soy niño bonito, si me gusta escucharlo!
He pensado que la solución era médica y, ahora que leo lo que nos dice David, creo que le voy a recomendar como paciente.
…empezar, hacer y cerrar, como tú dices Benito, “optimizando” son principios básicos de nuestro bienestar y de nuestra gestión de las competencias y el tiempo. Un abrazo amigo!
Gracias por este articulo. El tema del perfeccionismo percibo comun y corriente en Europa central y sobre todo en mi cultura (Suiza-Alemana). Yo mismo tengo esta tendencia y han sido los viajes a Sudamerica y el contacto con el mundo latino que me han ayudado a relativisarla…
Gracias a ti Marcel,
Por dejar el comentario y compartir tu experiencia,
Un saludo!!
David Barreda
Buenos días,
Después de leer el post, discrepo bastante con la exposición o enfoque desde la que se ha realizado. No estoy de acuerdo en absoluto de que una persona perfeccionista tenga una baja autoestima o una baja tolerancia a la frustración. Creo que el perfeccionista quiere hacer las cosas lo mejor que sabe y el hecho de ponerse el listón más alto también es una forma de aprendizaje y de evolucionar.
El hecho de querer hacerlo lo mejor posible y no llegar a ejecutar la acción porque no encuentran la vía adecuada, enmarcándolo bajo la etiqueta de “perfeccionismo” tampoco lo veo adecuado.
Creo que el post se ha pensado desde una perspectiva negativa del hecho de ser perfeccionista. Personalmente creo que el hecho de ser conformista es mucho más negativo que ser perfeccionista, porque el conformista nunca sale de su zona de confort, por tanto, no entra en la zona de aprendizaje y no variará ni un ápice su forma de trabajar respaldándose en la frase “siempre se ha hecho así…”.
Buenas tardes Gemma,
En primer lugar muchísimas gracias por pasarte por aquí y sobre todo por dejar tu opinión en el Blog.
Como muy bien dices, el post se ha escrito desde la perspectiva ‘negativa’ del perfeccionismo, siendo la intención cuestionar esta actitud y fundamentalmente hacer reflexionar de cómo nos puede limitar el enrocarnos en una visión perfeccionista de algunas actividades que afrontemos.
Estoy totalmente de acuerdo contigo con que el hecho de que una persona quiera hacer las cosas ‘lo mejor que sabe’ y ‘ponerse el listón más alto’, como dices, sea una forma de aprendizaje y evolución. Es más, yo diría que hasta es necesaria. Eso sí, considerando que ‘hacerlo mejor’ y ‘evolucionar’ son conceptos dinámicos y sin final, podemos caer en la trampa de la insatisfacción (siempre se pude hacer mejor) o la parálisis (tengo el listón demasiado alto)… aspectos que se manifiestan en actitudes ‘perfeccionistas’.
Es verdad, como dices, que no siempre que no se hacen las cosas por no encontar la manera adecuada tenga que ver con el perfeccionismo. En este post, en este caso, me refería a las otras veces en las que sí se deja de actuar por un afán perfeccionista.
Por otro lado, para mí es tan negativo ser perfeccionista como conformista. Y aquí está la clave de mi respuesta a tu comentario. Te parece muy negativo ser ‘conformista’, actitud que estaría en un extremo… pues bien, el post se refiere a la actitud que se encuentra en el extremo contrario al conformismo. Considerando que estar en los EXTREMOS de las cosas, no es lo más proporcionado, siendo más efectivo mantener un equilibrio ponderado en nuestras actitudes.
…en este sentido, si consideramos el conformismo como una zona de confort, tenemos que considerar el perfeccionismo como otra zona de confort… por muy ‘poco confortable’ que nos parezca. Ni unos ni otros, salen de la zona de confort.
Por último, me gustaría comentarte que una cosa es ‘hacer las cosas bien’, ‘buscar la excelencia’, ‘apoyar a que se hagan las cosas bien’… y otra muy distinta es caer en la neurosis de ‘querer hacerlo perfecto’, y es precisamente a estos últimos casos a los que me refería.
No obstante, todo esto que escrito no es más que una visión, una perspectiva que ciertamente es totalmente discutible.
Mil gracias por leer y opinar, un saludo,
David Barreda