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Una formación buena, cortita, rapidita y transformadora

David Barreda 22 febrero, 2018
formacion david barreda

#citaciega

“…le podía más el hambre que la salud,

y aunque sus arterias comenzaban a estar peligrosamente atrofiadas

no se liberaba de ese vicio… de coger una patata más…”

 ‘El hamburguesista’, de Fátima M. Roldán

.

Hace unos días estuve trabajando con un grupo de docentes encargados de detectar necesidades formativas en sus compañeros, dinamizar a sus equipos de trabajo en este sentido, gestionar la formación del grupo, etc.

En solo tres horas de trabajo con ellos me llamaron la atención varios aspectos, entre los que destaco dos: en primer lugar, un cierto halo de desánimo por el escaso retorno que recibían de sus compañeros y compañeras cuando trataban de proponer alguna acción formativa, como si hubiera un rechazo muy potente a seguir formándose; y, en segundo lugar, la poca formación metodológica que estos docentes tienen en el área de formación de adultos o formación en competencias profesionales. Esto último es esencial cuando una de las cosas que tienes que hacer es saber detectar necesidades formativas para convertirlas luego en acciones de formación (efectivas).

Afortunadamente la dinámica con la que trabajamos evitó que cayéramos en el desánimo y la impotencia e hizo que nos focalizáramos en la detección de soluciones… no obstante, me parecía llamativo y triste el rechazo tan enorme que se percibe en este colectivo a la hora de invertir tiempo y energía para formarse.

Es como si existiera una cierta pereza a formarse… o como si la formación se viera más como una carga que como una fuente de crecimiento y desarrollo.

.

Pasa en muchos sitios (desgraciadamente)

Pero esto no ocurre solo en el colectivo al que me acabo de referir. Las dos variables anteriores se pueden identificar en otros contextos profesionales y se deben a muchas causas, pero entre ellas hay un aspecto esencial que lo determina todo y es lo que ocurre desde que se plantea poner en marcha una formación hasta que ésta finalmente ésta arranca.

Hace un par de días hablaba con un compañero sobre las cosas que nos piden los clientes cuando quieren afrontar un proceso formativo y las posteriores negociaciones para conciliar sus demandas con nuestras ofertas… conviniendo ambos que en esas negociaciones siempre había un claro perdedor: el proceso formativo… y que lo mejor era tratar de evitar estas negociaciones a toda costa, entendiendo que debería haber aspectos innegociables… en fin, que estuvimos un rato soñando en un mundo perfecto y eso…

…pero bueno, me explico un poco mejor… el tema es que te encuentras con alguna empresa, entidad u organización que teniendo sus necesidades formativas detectadas (al menos aparentemente, ya que la mayoría de las veces lo que se tiene detectado es el síntoma y no la enfermedad) te solicita una propuesta…

…y tú, con tus manitas y tu cabecita, te pones a diseñar la mejor intervención posible… que por supuesto, tiene en cuenta las condiciones de los participantes (horarios, disponibilidad, carga de trabajo, etc.) … y bueno, ahí vas, presentas la mejor intervención posible… la reciben y…

…si es de esos clientes que abren la caja de  “nos parece genial, pero ¿no tendrías una versión más baratita o más cortita para hacer lo mismo?”, el proceso suele estar condenado desde el principio… se puede incluso llegar a cierto grado de cinismo cuando justo después de esa pregunta te sueltan un “…es que nos hace mucha falta” [y ponen carita de pena].

.

Entre lo ideal y lo posible

En algunas cuestiones, entre lo ideal y lo posible se escapa lo efectivo y lo razonable. Y en algunas materias, no existen las formaciones buenas, cortitas, rapiditas y transformadoras… si es que existe ese tipo de formación en algún área. Una formación buena, es una formación efectiva. Una formación cortita es que dure el menor número de días posible. Una formación rapidita, que no nos haga invertir muchas horas. Una formación transformadora, que se genere una aprendizaje que nos haga diferentes, que genere un cambio a mejor. Todo junto, un chollo.

Si caes en la trampa anterior y aceptas reformular tu versión a una ‘más cortita o más baratita’ corres un serio peligro de que luego el cliente te achaque una falta de efectos y resultados deseados… pero claro, en ese momento, la responsabilidad es nuestra por no haber puesto límites, y toca comerse el marrón y poner en juego nuestra profesionalidad.

Bien es cierto que esta situación podrá salvarse según el arte del formador a la hora de presentar y desarrollar una propuesta más o menos atractiva, coherente, estructurada y alineada con las necesidades formativas… dentro del margen de maniobra que le han determinado. Así, al menos, generará una buena experiencia formativa (gratificante y de impacto)… conscientes de que no siempre una ‘buena experiencia formativa’ correlaciona necesariamente con una formación efectiva… por mucho que haya sido inspiradora, agradable, lúdica, divulgativa o divertida…

…en definitiva, que por mucho que el formador haya aprovechado su margen de maniobra para hacer una maravilla con el tiempo y recursos que le han dado… en tres o cuatro horas no da tiempo a salvar el mundo… seamos realistas.

.

Criterios de necesidad

Creo que habría que ser claros en varios aspectos cuando se plantean determinadas formaciones y no caer en la dinámica del “querer y no poder”… que a la larga terminan descapitalizando las ganas de formarse y aprender de las personas, y pone en riesgo el trabajo y la profesionalidad de muchos formadores.

Para mí, todo empieza con conectar profundamente con la raíz de cualquier encargo, que  implica…

En primer lugar, definir bien el objetivo de la formación, que emana directamente de la necesidad formativa… y en este sentido, es clave identificar la necesidad que subyace y no confundir el síntoma (falta de resultados en un determinado departamento, hagamos un curso de productividad) con la enfermedad (la gente en ese departamento no se aguanta y el ambiente es irrespirable)

En segundo lugar, ser honestos y valientes a la hora de plantear un objetivo formativo que encaje perfectamente a las condiciones que el demandante de formación pueda ofrecer. Esto es, si solo hay cuatro horas, plantear un objetivo adaptado a esas cuatro horas… y no generar falsas expectativas en orden a garantizar más aprendizaje del que cabe.

En tercer lugar, afinar el sentido del equilibrio en quien te demanda una intervención, manteniéndonos firmes y no poniendo en riesgo la metodología que nos acercará al objetivo que se propone, por mucha ‘hambre’ que nos manifiesten y por mucho que nos traten de seducir tratándonos de convencer de que somos capaces de hacer lo que nos somos capaces de hacer en ese contexto.

En cuarto lugar, identificar a toda costa las necesidades prioritarias en función a las necesidades de los que van a recibir la formación. Esto nos permitirá intuir el mejor de los itinerarios de intervención posible.

En quinto lugar, calibrar la rentabilidad de la formación, esto es, si el diseño que propongamos y su inversión (en tiempo, energía y euros) merecen la pena para dar respuesta al objetivo que se formule.

En sexto lugar, anticipar el grado de cambio (resultado) que podemos generar, en el margen de maniobra que nos dejen.

Y de manera transversal, contemplar las condiciones de atención y energía con las que llegarán los participantes de la formación.

…estos aspectos, deberían marcarnos las líneas rojas de una negociación con alguien que solicite o requiera un proceso formativo.

.

Querer

Sea como fuere, y no obstante lo anterior, por mucho que se tenga alineada la necesidad con el objetivo, el objetivo con el contenido, y el contenido con metodología y el tiempo disponible… hay querer que aprendan, en unos casos… y querer aprender en otros…

…el aprendizaje requiere una inversión por parte del participante, un esfuerzo, un motivo…

…pero de esto, imagino, que escribiré en las próximas semanas, aunque te adelanto algo…. además de querer, hay que querer ‘querer’.

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David Barreda

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6 comentarios

  • Cris Responder 22 febrero, 2018 at 7:41 pm

    Muy bueno David, en tu línea como siempre!
    Un abrazo

    • David Barreda Responder 26 febrero, 2018 at 8:19 am

      Gracias Cris!
      Ún abrazo,
      d.

  • Aurora Cepeda Responder 23 febrero, 2018 at 3:42 pm

    Hola David,

    El “bueno, bonito y barato” es una frase que parece no pasar de moda. Te entiendo perfectamente, y en tu caso más, que tienes que satisfacer las necesidades formativas que demandan clientes, alumnado, profesionales, a los que debes sumar la exigencia que, como docente, te impones cada vez que trabajas una temática que deseas transmitir de la mejor manera posible y que aporte valor a quien la recibe (y a tí mismo, claro).

    Encontrar un equilibrio entre todas las partes, y en estos tiempos en los que se premia/valora lo “Fast” frente al “Food”, lo rápido frente al contenido de calidad, los que queremos motivar, despertar interés, aportar valor, compartir experiencias y reflexiones, etc, lo tenemos muy difícil.

    Muchas gracias por compartir tus reflexiones.

    • David Barreda Responder 26 febrero, 2018 at 8:24 am

      Gracias a ti, siempre, Aurora!!
      …leo el primer párrafo de tu mensaje y es como si me conocieras perfectamente, describes muy bien las sensaciones y experiencias que me surgen.
      No es sencillo encontrar un equilibrio en este sentido, pero bueno, créeme que a pesar de las dificultades soy un convencido de que las cosas siempre se pueden hacer bien… eso sí, utilizando grandes dosis de asertividad, siendo valiente para marcar límites e incluso decir que no… en favor del propio cliente y de su proceso.
      Abrazo!!
      d.

  • José Miguel Bolívar Responder 27 febrero, 2018 at 1:26 pm

    Fantástico post, David. Hace tiempo publiqué otro titulado «Los clientes solo saben lo que quieren» en el que la idea de fondo iba muy en línea con el tuyo. Los clientes saben qué les duele y quieren que deje de dolerles. Punto. No saben nada más.
    El problema es que se empeñan en autodiagnosticarse y automedicarse, y claro, lo hacen de pena, porque no saben hacerlo.
    Yo hace años que no entro al juego. Como bien apuntas, atenta contra la calidad de la formación y también contra nuestra propia credibilidad como profesionales.
    Yo sí sé diagnosticar (de lo mío) y también el tratamiento. A partir de ahí, el cliente es soberano para decidir si quiere fiarse de mí diagnóstico y de mi tratamiento, pero desde luego no vamos a negociarlo (¿te imaginas negociando con tu médico? :-).
    Lo de hacerte complice de la ignorancia del cliente en su perjuicio es siempre pan para hoy y hambre a partir de ahí todos los días.
    Fuerte abrazo!

    • David Barreda Responder 1 marzo, 2018 at 10:31 am

      Hola José Miguel!!

      …gracias por pasarte, como siempre y dejar tu comentario…

      Bueno, ya sabes (por experiencia propia) que soy un absoluto convencido del buen diseño, que no planificación ;-), como paso previo a una intervención formativa o del tipo que sea… y que ese diseño debe basarse en una buena detección de necesidades y un diagnóstico adecuado… creo que ya te lo comenté, pero esto es la base para que luego TODO FUNCIONE MEJOR EN EL AULA, O AL MENOS HAYAMOS GENERADO LAS MEJORES CONDICIONES que permitan que acercarnos al objetivo que se plantea… es lo primero, luego, vendrán otras cuestiones como la gestión del grupo, el diseño de actividades y dinámicas, la puesta en marcha de las mismas o lo que sea… pero primero, lo primero.

      Comparto totalmente tu enfoque. Sabes… aún me resuenan algunas de las cosas que hablamos en enero, de hecho, algunas en particular las tengo muy presentes, sobre todo a la hora de “no entrar en el juego” de adulterar el servicio y nuestro trabajo… mantenernos firmes… y “no hacernos cómplices de la ignorancia del cliente”…

      …gracias por comentar MAESTRO!

      d.

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