#citaciega
“Como ‘sabía’ que no lo sorprenderían,
no fue”
De La habitación oscura del pensamiento positivo, Fátima M. Roldán.
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Creo que una de los síntomas más significativos de que ‘algo está empezando a pasarse’ en un grupo humano es cuando empiezan a repetirse las anécdotas. Es tremendo. No sé si lo habrás vivido alguna vez.
Me refiero a cuando te juntas con un grupo de personas y recurrentemente se cuentan las mismas cosas, los mismos chascarrillos, da igual el color que tengan… algunos divertidos, otros tristes, otros vitales… la movida es que (casi)siempre se termina pivotando por los mismos asuntos. Vamos que no hay cena de navidad en la que se termine hablando de (X), ni encuentro en el que no se recuerde aquella vez que (Y)… es como si colectivamente entrásemos en bucle.
Por un lado no está mal recordarnos determinadas cosas de nuestro histórico compartido. En cierto modo hasta se pueden revivir y fortalecer determinados lazos. Hasta aquí, genial. Pero por otro lado, una repetición excesiva de determinados episodios termina siendo como un boomerang que cuando menos te lo esperas te regresa dándote en los morros. Nada bueno.
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Los de siempre
Sin lugar a dudas, conocer a los demás es el primer paso para gestionar nuestras relaciones. No se puede gestionar lo que no se conoce. Es de cajón. De hecho, podríamos decir basándonos en Goleman que la Inteligencia Emocional tiene cuatro competencias: (1) conocimiento de uno mismo, (2) autogestión, (3) conocimiento de los demás, (4) gestión de las relaciones… y en ese orden.
Un buen conocimiento de la otra persona nos facilita la comunicación a todos los niveles. No es cuestión de idiomas, es también cuestión de dialectos y matices, de tonos y tonalidades, de gestos y posturas que conocidas, economizan la comunicación, la facilitan y permite llegar más allá.
A mayor comunicación, mayor conexión. A mayor conexión menos cosas que explicar. Cuantas menos cosas que explicar más ‘complicidad’, base de la seguridad, la confianza y del contexto propicio para el desarrollo de todas nuestras competencias (sin disimulos).
Recuerda que la mayoría de las capacidades de las personas siempre alcanzan su pleno rendimiento en relación con otras personas, y ‘los de siempre’ pueden ser buenos aliados en este sentido.
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Lo de siempre
El problema está cuando estar con ‘los de siempre’ muta en ‘lo de siempre’. Me refiero a cuando ese contexto de complicidad y conocimiento mutuo es tan profundo y sostenido a lo largo del tiempo que la relación termina cristalizando y atrapándonos en su interior. Nos conocemos tanto, que ya nada puede sorprendernos, y eres como eres, somos como somos, pase lo que pase, por los siglos de los siglos.
Nos conocemos, nos sabemos todo, nos tenemos aprendidos, nos vemos venir, ya sé como eres, ya sabemos como somos, es raro que me sorprendas. Nos damos por supuesto, nos interpretamos según nuestro pasado, según nuestra historia… y fin. Porque cuando nos damos por supuesto: fin de la historia.
Relaciones profundas que se automatizan, prisioneras de su propia historia. Amistades que se descapitalizan, porque nos medimos con anécdotas de hace 20 años. Equipos que se desgastan… incapaces de ver que sus miembros ya no son los mismos que al principio. Grupos que no terminan de ser conscientes de la evolución individual de sus miembros, y por ende, de la suya propia.
Lo de siempre, que sin ser lo mismo, seguimos colocándolo en el mismo lugar.
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Refrescando (-nos)
No dejo de sorprenderme al descubrir contextos colectivos de crecimiento personal/profesional que terminan convirtiéndose en todo lo contrario para sus integrantes. Precisamente por esto, por aprendernos profundamente unos a otro, automatizando la relación.
Es como si el grupo al que pertenecieras te hubiera etiquetado con tu propia etiqueta. Como si estuvieras atrapado por tu propio perfil, ese que se fue definiendo al cabo de las relaciones y ahora delimita (te-limita) tus fronteras… y lo jodido, a veces, es que como te salgas de ese papel te cae un ‘ya no eres el mismo de antes’ o ‘…qué pretendes tú, a estas alturas’.
Es una fortuna, un tesoro nuestra capacidad de mantener relaciones en el tiempo. Acompañarnos a lo largo de los años con personas con las que compartimos experiencias, conocimientos y aprendizaje… crecer con ellas…
…lástima que a veces, aún sabiéndolo, no terminemos de ser conscientes (de verdad), de que las personas cambiamos, de que la evolución nos modela nuestras maneras de ser. De que hoy, no somos los mismos que hace un año… y mucho menos que hace cinco, diez, quince o veinte…
…darnos por supuesto, por conocidos, es una forma de limitar y de limitarnos. No dejar espacio al recorrido de las individualidades en un contexto colectivo puede terminar siendo el principio del fin de un grupo. Terminamos por sentirnos ahogados, atrapados, necesitamos salir, en el peor de los casos ‘huir’ (dolorosamente) de grupos en los que hemos crecido… porque nos aprietan las paredes de ese lugar.
Mala cosa cuando los de siempre nos quieren como siempre.
Gran virtud es la de generar conciencia de los demás, en cada momento, en sus momentos, esa conciencia que nos posibilita refrescar la relación, refrescarnos, descubrirnos y redescubrinos… tolerarnos, dejarnos crecer… mantener vivos y activos nuestros denominadores comunes, desde el respeto y la aceptación.
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Te conozco de sobra
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Imagen de paulabassi2 vía Pixabay
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