Uno de los post que más me han gustado últimamente de entre los que he leído, es el titulado “Cómo mejorar la conducta de mi equipo” de David Criado, en el que se recogen toda una recopilación de claves para entender la conducta humana articulada en un equipo.
Además de disfrutar y aprender con el artículo, hubo un párrafo que me llamó la atención y que se ha quedado alojado en mis pensamientos. Me pareció sencillo y revelador, ya que hablaba de una cuestión esencial para las personas y con un impacto directo en nuestras relaciones con los demás. Se refería a “la necesidad de autoestima (y autocontrol)”.
Con buen criterio, David Criado nos comenta que en un equipo “una alta autoestima incrementa los sentimientos agradables y la iniciativa mientras que una baja autoestima genera dependencias y círculos relacionales poco saludables”, y por otro lado nos advierte que “no necesariamente tener una alta autoestima es saludable si no se acompaña de un correcto autocontrol”. Esto es, una autoestima desbocada termina configurando perfiles bruscos en las relaciones y con tendencias narcisistas.
Por tanto, la relación entre ‘autoestima’ y ‘autocontrol’ pueden marcar la diferencia entre la eficacia y la ineficacia personal e interpersonal, a nivel individual y a nivel colectivo.
En este sentido, ¿Qué tendríamos que considerar para conjugarlas adecuadamente? A mí se me ocurre indagar un poquito entre los conceptos de autoconcepto, autoestima y autocontrol, para que después cada uno saque sus mejores conclusiones y establezca sus propias estrategias.
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Nosotros en nuestro tablero de juego
Creo que uno de los mayores logros evolutivos de nuestra especie es precisamente el haber desarrollado la ‘capacidad de representación’, esto es, la capacidad de dibujar en nuestra mente todo lo que ocurre y nos ocurre.
Esta capacidad de representación, entre otras cosas, permite que vayamos configurando en nuestra cabeza nuestro particular ‘tablero de juego’, en el que aparece nuestro pasado, nuestro presente y la idea que tengamos de nuestro futuro, así como todos los personajes con quienes interactuamos. La forma que vaya adquiriendo este tablero se verá influenciada por nuestras experiencias, nuestras creencias, nuestros aprendizajes, valores, etc.
Considero que madurar nuestra capacidad de representación (incluyendo además de la nuestra, otras visiones del mundo) nos permite convertirnos en unos privilegiados observadores de nuestras realidades y adquirir la perspectiva necesaria para ver la partida desde arriba, tomar decisiones y emprender nuestras iniciativas con unos criterios más ricos y ajustados.
Cuando lo que representamos en nuestra mente somos nosotros mismos estamos elaborando nuestro autoconcepto, o lo que es lo mismo, la “representación que el individuo construye de sí mismo tras considerar y evaluar su competencia en diferentes ámbitos” (Susan Harter).
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Autoestima
Paralelamente al desarrollo de nuestro autoconcepto, se desarrolla el sentimiento de autoestima, entendiendo la autoestima como la valoración global de todos los elementos que integran nuestro autoconcepto.
Concretando un poco más, la autoestima valora esa imagen de nosotros mismos sobre cómo nos relacionamos con los demás, qué posición tomamos dentro de un grupo, cuál es nuestro nivel de rendimiento intelectual y/o profesional, la imagen que tengamos sobre nuestras capacidades físicas, nuestra apariencia, etc.
Considerando todo esto, desde una dimensión anímica, la autoestima se interpreta como un sentimiento que oscila entre la estima y el desprecio hacia uno mismo, con toda la escala intermedia que pudiera generarse entre uno y otro extremo.
En este punto, si la autoestima recoge este sentimiento y este sentimiento no lo gestionamos adecuadamente, ¿qué efectos podrían tener sobre nosotros mismos y sobre los demás?
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Autocontrol (o autogestión) de la autoestima
La verdad es que cuando hablamos de emociones no me siento muy cómodo utilizando el término ‘autocontrol’. Me identifico más con el concepto de ‘autogestión’. Considero que en algo tan automático y espontáneo como una emoción, tratar de controlarla es como tratar de controlar algo tan impredecible como el momento justo en el que aparecerá un rayo en una tormenta, el recorrido que tendrá y el lugar exacto en el que caerá. En el mejor de los casos, podremos sentirnos satisfechos si conducimos toda esa energía al lugar que queremos, instalando los pararrayos adecuados en los sitios adecuados, y sin que se produzca ningún desastre.
Por ello, y volviendo al sentimiento de autoestima, de su adecuada gestión dependerá nuestras ganancias o pérdidas emocionales a la hora de encarar nuestro autoconcepto. Y sobre todo, a la hora de convertir esa valoración que tenemos de nosotros mismos en conductas y actitudes.
Así, una autoestima elevada pero no gestionada adecuadamente, pierde todo su valor positivo y termina convirtiéndose en un ‘ciego narcisismo’. Un alto autoconcepto desbordado nos puede crear una ilusión de invulnerabilidad, de que siempre tenemos razón, de que nuestras experiencias son las realmente válidas y nuestras opiniones son certezas indiscutibles. Las actitudes adquieren tonos de soberbia y vanidad.
Por contra, una autestima baja y no gestionada adecuadamente nos crean del mismo modo una imagen tan distorsionada de nosotros mismos con la del párrafo anterior, pero en sentido negativo.
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La templanza y la autoestima
Teniendo en cuenta solo se puede gestionar lo que se conoce, y que en el caso de la autoestima la referencia es el autoconcepto, el autonocimiento se configura como pieza esencial en este proceso. Un autoconocimiento desarrollado necesariamente desde la templanza, que precisamente nos posibilite templar la valoración que tenemos de nosotros mismos.
Dice Goleman que “la templanza no es la represión de las emociones sino el equilibrio”, un equilibrio que en lo emocional nos proporcionará la serenidad y la claridad que necesitamos para abordar una determinada situación, o como en este caso, para calibrar adecuadamente nuestro propio sentimiento de ‘autoestima’.
Conocer y observar los criterios que nosotros mismos estamos aplicando a la hora de valorar nuestra propia imagen, indagando en qué se basan y cómo impactan en nuestras conductas es necesario en la gestión de nuestra autoestima. En este proceso, enriquecer nuestra propia mirada sobre nosotros mismos con otras miradas y perspectivas puede ser una estrategia que facilite esta gestión, y es que conocer y tomar conciencia sobre cómo nuestra valoración de nosotros mismos repercute en nuestras relaciones y en los grupos y equipos de los que formamos parte… puede ser más que revelador.
Y es que como dice David Criado, la conquista diaria del autocontrol es quizás mucho más rentable que la conquista puntual de la autestima.
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https://www.youtube.com/watch?v=jZUWQdSTQ7Q
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Imagen de mileila vía Pixabay
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Recuerdo que de niño me decían que “me diera a valorar”, vamos que no me amilanara y demostrara todo lo bueno que se supone tenía, pero era muy chico y, además, al segundo fracaso con las niñas, me sentí descontrolado, acomplejado y perdí la autoestima y solo asomaba la cabeza en invierno, que no había nadie. No obstante una tarde de primavera la recuperé en un amor fugaz y furtivo.
Luego me dijeron eso de que tenía que ser un “hombre de provecho” y pasaba horas y horas intentándolo delante de los libros. No me ha ido mal, pero yo ya no empleé esa frase con mi hijo.
¡Qué pena no haber leído antes a David!, no obstante intentaré aplicar su sugerencias para seguir en la brecha con templanza y controlando el ego. Un abrazo
Gracias por darle valor al artículo Benito, y por cotejarlo con tus propias experiencias. Un abrazo! David.