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Celia. Docentes que cambian el mundo

David Barreda 13 enero, 2017
Celia

Cuando le pregunto a Celia por qué decidió hacerse maestra, Celia me habla de cuando era pequeña, “caminaba una hora para llegar a la escuela… y no es una carretera bonita y pavimentada, era una carretera complicada, con lodos… y mientras caminaba pensaba, Dios mío, ¿Esto va a durar toda mi vida? ¿Toda mi generación va a vivir así?”

Celia es Misquita. Los Misquitos son un grupo étnico indígena que viven en Honduras. Celia me habla de la pobreza de los Misquitos y de la de su familia. Lo hace con naturalidad, pero consciente de que todo el peso de la misma es una losa para el desarrollo de los suyos.

Conocí a Celia en una formación que impartí hace unos meses en Honduras de la mano de la Escuela Andaluza de Economía Social para la Cooperativa Coacehl, y ahora, que volvemos a estar estos días en Honduras vuelvo a encontrarme con ella.

A pesar de las dificultades, Celia consigue algunas becas que le ayudan a completar sus primeros años de estudio. Los aprovecha, y me comenta el propósito, muy claro, lo que le empujaba a seguir adelante era formarse para generarle valor a su comunidad en el futuro, “…si yo sufrí, yo no quiero que sufra más mi familia, y empecé a estudiar para servir a mi gente…”.

Celia sale de su comunidad para estudiar, consigue el título de Maestra, y durante un tiempo está en diferentes destinos haciendo sus primeras prácticas como docente. A los 23 años conoce a sus esposo y le conceden plaza en el Colegio Sirsirtara de Puerto Lempira, de la que es titular desde hace siete años. Celia ya no es aquella niña que caminaba una hora para ir a la escuela, Celia ya es una mujer, tiene familia, un esposo, dos hijas, es docente con plaza y un destino cómodo para ella y muy aceptable. Pero Celia no olvida a su gente, Celia no olvida a los suyos…

…y los Misquitos de su comunidad siguen sin maestros. Nadie quiere ir allí. Es una zona conflictiva, peligrosa, además de tener un difícil acceso, solo se puede llegar en camión o en motocicleta. Ella decide volver como maestra. Obtiene autorización para dar clases allí, mantendrá su plaza en Puerto Lempira pero trabajará en la educación de los niños Misquitos de su comunidad de origen. Esto tiene un coste, tendrá que desplazarse allí y dejar a su esposo y a sus niñas atrás mientras esté desempeñando su trabajo.

“…lo primero que hicimos fue construir una escuelita de tablas. Actualmente no tenemos ni puerta, ni ventana, ni estantes para poner los libros, pero ahí estamos. Cuando yo llegué, había niños muy grandes sin poder leer, porque no recibían clases, y yo me puse con ellos, por la mañana y por la tarde, por la mañana y por la tarde… y gracias a Dios, el primer año, en noviembre (a final del curso) ya podían leer… igual el segundo año, y el tercero… ahora  todos salen leyendo”

Celia se levanta a las cinco de la mañana, desayuna y a las seis y media llega a la escuela, su escuela de tablas y sillas rústicas (aunque el año pasado consiguió por fin que un batallón de las fuerzas armadas le diera 15 pupitres), es lo que tiene… además de una pizarra que ella se fabricó con maderas y una pintura especial.

A primera hora, los más pequeños son los que llegan a la escuela, tienen entre ocho y diez años. Luego, se incorporan los mayores, que si no son solicitados por sus familias para hacer algún trabajo pueden quedarse. Trabajan todos juntos, en total son unos veintisiete, de 7.00 de la mañana a 12.00, y de 13.30 a 16.00. Mañana y tarde. Celia lleva ya tres cursos allí.

A pesar de la satisfacción y de sus logros, Celia echa de menos a su esposo y a sus hijas. Su comunidad Misquita está lejos, son cinco horas en carro y además de haber poco transporte, el acceso es complicado. Allí no llega la luz, cocina sobre leña, no es fácil. Solo una vez al mes vuelve a su casa, para cobrar su salario y ver a su familia.

“…fui allá con un fin, y sé que estoy sacrificada, abandono a mis hijas y a mi familia por ello… como te dije, cuando yo empecé a estudiar sufría caminando, y que estos niños no lo hagan y aprendan me hace muy feliz…mis compañeros en Puerto Lempira me dicen ¿qué haces allí en ese monte?, ayudando a mi gente, les digo, si no lo hago yo, quién lo va a hacer”

Celia siente que su comunidad de Misquitos valora su trabajo, valora lo que hace, percibe a sus alumnos como atentos y amables, aprovechan el tiempo de clase. Celia compra materiales con sus propios recursos, sobre todo cuando escasean los cuadernos y el papel (que es casi siempre). Me explica como coge algunas hojas y las dobla por la mitad, grapándolas, para fabricar cuadernos.

Para Celia, ser un buen maestro o maestra es “convivir con el alumno, ponerse al nivel de ellos… para mí, ser un buen maestro es tener paciencia y tenerle amor a los alumnos, hacer el trabajo con todo lo que uno tiene en el corazón, con mucho amor”. Celia hace mucho hincapié en que un buen maestro es el que tiene interés, el que pone de su parte, porque “..siempre te van a pagar lo mismo, hagas lo que hagas, así que el buen maestro es el que pone de su parte, le sale de dentro”.

Cuando le expreso mi inquietud sobre sus condiciones de vida y ejercicio profesional Celia me dice “…a mi la pobreza no me importa, lo que me interesa es que los niños sepan leer, que consigan un trabajo, que sepan firmar un papel, leerlo, entenderlo…”.

Celia no sabe lo que hará en este curso académico, que en Honduras empieza ahora, a principios de año. Echa de menos a su familia, pero se siente muy conectada a su comunidad de origen.

Celia es tímida. Me siento muy afortunado de que se abra tanto conmigo y acceda a que la entreviste. Siento la conexión. Siento que necesito ponerla en valor, poner en valor su historia, poner en valor su trabajo, su sacrificio… y ponerla como referencia de transformación, de transformación del mundo a través de la educación, a través del ejercicio comprometido de la docencia.

Gracias Celia, por tu sacrificio y por todo lo que estás haciendo.

Siempre en el corazón. Gracias.

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2 comentarios

  • Benito Arturo de la Morena Carretero Responder 17 enero, 2017 at 9:33 pm

    Realmente es un gran ejemplo de solidaridad, algo muy poco frecuente y que enaltece a la persona que lo realiza. Supongo que conocer a Celia ha sido muy gratificante para ti, David. Háblala de lo mucho que admiramos su esfuerzo y entrega por los demás. Un abrazo para Celia y otro para ti

    • David Barreda Responder 19 enero, 2017 at 8:13 am

      Muchas gracias Benito,

      …sabes, en donde hay más necesidad, curiosamente, aparecen los mejores gestos de solidaridad y conciencia del otro. Sí, ha sido muy gratificante conocer a Celia y su historia.

      Un abrazo amigo,

      David

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