Débiles y ofendidos
Joder qué débiles somos. Cómo entramos al trapo. Con qué facilidad entregamos la cuchara a veces…
Qué fácil resulta, en ocasiones, sentirnos dañados por comentarios, actitudes o acciones de los demás. Qué pronto podemos caer en la trampa de la ofensa y sentirnos aludidos…
Hay quienes entran al trapo reaccionando impulsivamente, hay quienes entran al trapo apretando el silencio, hay quienes se marchan y quienes cogen carrera para contraatacar, hay quienes se rinden y quienes se decepcionan (porque quizás esperaban algo de alguien), hay quienes empiezan una guerra y quienes se victimizan hasta la médula.
Hay quienes activan un “pensamiento rumiativo” infinito que no para de dar vueltas y de molestar, repitiendo los hechos, repitiendo la ofensa, imaginando respuestas, reacciones y consecuencias… cuando eso ocurre, acaba siendo más importante la necesidad de parar esa conversación interior que la propia ofensa.
Y es que a veces, interiorizamos y metabolizamos la ofensa, algo que no era nuestro y que dejamos que nos inoculen como un virus que agota nuestras energías y nuestra eficacia personal (y emocional).
Lo cierto es que en todos estos casos, al mismo tiempo que entregamos la cuchara estamos entregando el mando de nuestras emociones, o dicho de otra manera, comenzamos a bailar al ritmo que nos marca la ofensa… y lo jodido es que bailas una canción que no te gusta en absoluto, a un ritmo que no quieres bailar y con unas maneras que te sacan de quicio. No es cómodo, quieres parar, pero bailas.
A veces dices que no te importa la ofensa, que pasas de quien te ofende, pero no dejas de pensar en ello, hablar de ello y refunfuñar sin evitarlo.
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La parte más débil
¿Qué parte de ti es la que se siente ofendida? ¿Qué parte de nosotros es la que se siente aludida cuando alguien te dice que no vales un pimiento? ¿Qué parte de nosotros es la que pierde el control cuando sientes que te arañan lo que eres, lo que haces o lo que vives? ¿Qué parte de nosotros se defrauda cuando sentimos que no nos responden como esperábamos?
Últimamente pienso mucho en esto, en la importancia de conocer la parte de uno que se siente ofendida. Creo que conectar con esa parte es clave para gestionar la ofensa, su escenario y nuestra respuesta. Y es que probablemente esa parte de ti sea una de las que presenta más vulnerabilidad (si no, no caería en el agravio a un nivel emocionalmente relevante).
La vulnerabilidad se manifiesta de muchas maneras, y según se sienta y le venga bien se pone uno u otro disfraz para defenderse y afrontar a su modo la ofensa.
La vulnerabilidad a veces se disfraza de víctima, otras veces de verdugo, a veces se disfraza de complacencia y otras de cabreo, a veces de llevar la razón a toda costa, otras de querer controlar todo que se respira a su alrededor, otras de silencio, otras de dolor, o quizás de pasotismo, de evasión, de prepotencia o de reacción impulsiva…
…con cada traje la vulnerabilidad obtiene algo que le sirve para afrontar esa situación, pero son solo disfraces y nada tiene que ver con una estrategia de autogestión personal, y es que la vulnerabilidad cuando no se acepta y no se toma conciencia de ella funciona REACCIONANDO y no RESPONDIENDO.
Conocer esa parte de uno que se ofende no es fácil, porque conocer esa parte implica reconocer nuestra vulnerabilidad (y eso no mola mucho), implica reconocer algunos agujeros, carencias, y cierta imperfección; lo que nos puede incrementar precisamente esa sensación de vulnerabilidad, algo que probablemente nos resulte incómodo y costoso, pero que a la larga será más rentable y nos terminará dando el pasaporte para desapegarnos de lo que nos secuestra el ánimo.
Cuánto más bajo tengamos el umbral de la ofensa, probablemente más vulnerables seamos, y más susceptibles estemos a la hora de perder la capacidad de gestionar nuestras respuestas.
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No existen ofensores, existen ofendidos
Te pueden decir que eres un mamón, pero no eres un mamón; te pueden decir que no vales nada, pero sí vales; te pueden retirar el saludo, y no por ello eres menos que nadie; te pueden boicotear lo que haces, lo que no significa que lo que haces esté mal; te pueden murmurar, pero tus acciones y actitudes son más contundentes que cualquier murmullo (sin necesidad de justificarnos continuamente);…
Es revolucionario vivir la vida desde este enfoque. Pensar que no existen ofensores, que sólo existen ofendidos, que depende de ti aceptar o no la ofensa. No sé si se entenderá, a mi hay días en los que me cuesta trabajo (son los días en los que estoy más vulnerable), pero reconozco que cada vez que nos sentimos ofendidos le estamos otorgando una autoridad al “ofensor” que nos negamos a nosotros mismos para gestionar nuestras respuestas.
Nuestro sistema emocional está diseñado para ser permeable ante cualquier estímulo que sea significativo para nosotros, y las ofensas (su contenido, la fuente de la que proceden, etc…) son particularmente relevantes y percibidos como una forma de agresión que nos pone en un modo natural de defensa.
Si conectamos esta idea con que vivimos en una cultura en la que nos han enseñado más a defendernos que a relacionarnos, nos acabamos manteniendo más focalizados en la defensa y en conservar nuestras posiciones, que orientados a gestionar nuestras relaciones en el sentido más integral de la expresión.
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No se trata de tener barra libre
Que no, que no se trata ni hablo de tener barra libre para cualquiera que decida proferirnos cualquier tipo de ofensa, activa o pasiva. Tampoco hablo de ir poniendo la cara para que te la abofeteen a diestro y siniestro… que no, que no es eso.
Tampoco hablo del momento de “carga emocional”, cuando la intensidad de la emoción es tan fuerte que nos genera una conducta reactiva que no podemos controlar. Porque esos momentos en los que las emociones nos secuestran son momentos en los que necesitamos descontextualizarnos antes de reaccionar incontroladamente hacia nosotros o hacia los demás (lo que probablemente genere una factura mucho más cara aún para todos)… y es que solo tras la gestión de la carga emocional, cabe la capacidad efectiva de respuesta.
De lo que hablo es de gestionar la ofensa haciendo valer al mismo tiempo mi derecho a…
…ser respetado y tratado con dignidad; a expresar mis sentimientos y opiniones; a establecer mis prioridades y decidir por mí mismo; el derecho A DECIR QUE NO SIN SENTIRME CULPABLE; a pedir lo que quiero, aceptando que el otro también tiene derecho a negarme lo que pido; a cambiar, equivocarme, a pedir información, a superarme a mí mismo (aún superando a los demás, jugando limpio)…
…pero sin ser prisionero de la ofensa ni de su escenario.
Es eso, aprender a RESPONDER en vez de REACCIONAR, aprender a AFRONTAR en vez de ELUDIR, marcar fronteras sin caer en las fronteras que nos marquen los demás. En definitiva, aprender a ser LIBRES, porque perdemos nuestra libertad cuando somos prisioneros de la ofensa de otra persona.
No es fácil, no es imposible. Las emociones son innatas, la gestión emocional no. No es fácil, no es imposible.
No te dejes secuestrar, no es una cuestión de orgullo es una cuestión de libertad.
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“Aprender a ser LIBRES, porque perdemos nuestra libertad cuando somos prisioneros de la ofensa de otra persona”
¡Qué bonita expresión! David nos regala un sentimiento que debe ser universal, porque o mantienes tu grado de dignidad que te hace sentirte persona, o serás siempre un frustrado. Sin embargo, eso no es fácil, pues a veces la dignidad es un orgullo mal entendido, carente de sentido común, y solo sirve para provocar enfrentamientos no deseados y que suelen ser causas nimias que solo siembran malestar y poco resuelven, pero ese precio del error es el que tenemos que experimentar hasta que sepamos donde está la dignidad y donde el exceso de orgullo, algo que se aprende “andando”.
Me ha encantado este artículo de David pues lo creo muy útil para los jóvenes y no tan jóvenes que están aprendiendo a comunicarse socialmente, en un mundo bastante complejo que te puede hacer perder tu control emocional por casusas a las que no se le ha dado ni un minuto de reflexión.
Hola Benito,
No es un asunto fácil, normalmente nuestras emociones tienen un especial y peligroso apego a nuestro EGO… el orgullo, como tú dices mal entendido, es muy susceptible de caer en la trampa de la provocación… y es entoces cuando hemos caído en las redes de las emociones ajenas, perdemos el control y estamos a merced de las circunstancias.
No es fácil gestionar esto, pero no es imposible… y sí, creo que nos hace libres!
Un abrazo,
@davidbarreda_db
A mí lo que más me llama la atención respecto a este tema es la doble moral de la gente, si tú te ofendes por algo que te han dicho, la culpa es tuya porque eres un susceptible que eliges ofenderte teniendo otras opciones, pero en cambio si son ellos los que se ofenden por algo que tú has dicho, la culpa es también tuya por haberles hecho sentir mal con eso; o sea, que si tú te sientes mal es culpa tuya, pero si ellos se sienten mal, la culpa también es tuya. Ese doble rasero me parece lamentable, hay que ser algo consecuente, no puede ser que ante una misma situación el culpable sea siempre lamisma persona.