Creo que una de las mayores debilidades que tenemos las personas tiene que ver con nuestro grado de susceptibilidad. Esto es, cuanto más susceptibles seamos, menos capacidad de respuesta tendremos, y cuando menos capacidad de respuesta tengamos estaremos más a merced de otras personas, circunstancias y/o agentes externos.
Y es que a mayor susceptibilidad, nuestra capacidad de “respuesta” se irá viendo reemplazada por una “reacción”. Una reacción simple (que no sencilla), automática, fuera de nuestra mano y en algunos casos bastante ‘peligrosa’.
Lo curioso es cuando esa ‘susceptibilidad’ se nos activa ante conductas y actitudes de los demás que nada tienen que ver con nosotros. Esto es, los demás hacen algo y nosotros nos sentimos removidos por dentro, sintiéndonos aludidos sin existir razón alguna. Algo absurdo si lo miramos desde fuera y con un poco de perspectiva.
Y mucho más curioso es cuando esa susceptibilidad se despierta ante los logros ajenos aún cuando la consecución de esos logros en nada nos afecte, no nos haya supuesto ningún menoscabo e incluso apenas conozcamos a esa persona.
La cuestión es que en ocasiones, alguien consigue algo y nos aparece una ‘cojonera’ sensación de fastidio interno, como las moscas del mismo nombre. En definitiva, sentimos envidia.
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¿Qué es la envidia? ¿Existe la envidia sana?
Se entiende por envidia la tristeza sentida por el bien ajeno, el deseo de imitar (o incluso superar) las acciones de otras personas, o simplemente el deseo de algo que no se posee.
Estas sensaciones son algo que cuesta admitir, sobre todo en lo referido a la primera de las anteriores acepciones, es muy improbable que alguien manifieste su desencanto por el bien del otro.
Las otras dos son distintas en este sentido, ya que todo el mundo tiene derecho bien a emular las conductas de los demás, bien a desear algo que no se posee. Es más, esto puede ser un motor si se gestiona sana y ecológicamente.
La cuestión es si esta gestión de la que hablo se puede llevar a cabo desde la envidia, aunque le pongamos el adjetivo de “sana”, o es más efectivo hacerlo desde otra posición emocional
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Galaxia envidiosa
Para tratar de responder a lo anterior, se me ha ocurrido acudir al Proyecto “Universo de Emociones”, desarrollado por Eduard Punset, el profesor Rafael Bisquerra y el estudio PalauGea, el cual ofrece una representación gráfica de las emociones humanas y las relaciones entre ellas. Dentro de este universo, localizamos la Galaxia Envidiosa, lo que nos permitirá conocer en qué punto se encuentra la envidia y de qué materiales se está hecha. Recuerda que solo se puede gestionar lo que se conoce.
En este mapa de emociones, la envidia aparece relacionada directamente con la ira (ver gráfico) siendo la ira la emoción principal y la envidia un desarrollo de la misma. En este sentido, podríamos interpretar que el estímulo que nos despierta la envidia también es un estímulo que nos produce un sentimiento de frustración y nos resulta desagradable (como la ira). Pero nos harían falta más datos para terminar de entender esta emoción. De esta manera, y siguiendo el mapa de Punset y Bisquerra, observamos como la envidia además de con la ira se conecta también directamente con la antipatía.
De esta forma, ya tendríamos el triángulo principal que nos permitirá interpretar adecuadamente nuestro sentimiento, compuesto por la envidia en un vértice y la ira y la antipatía en los otros dos. En el centro del triángulo aparecen la enemistad y la animadversión, y en proximidad al mismo los celos, la impaciencia, y el desprecio.
En resumen, en el cóctel de la envidia aparece un mucho de ira, un bastante de antipatía, una buena dosis de enemistad y animadversión, y una pizca de celos, impaciencia y desprecio.
Se lea como se lea, no parece un cóctel muy ‘positivo o revitalizante’, ni muy sano que digamos, la verdad.
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El impacto de la envidia
En mi opinión, el impacto de la envidia sobre nuestras competencias puede tener dos vertientes. Por un lado, al tener la envidia una relación directa con la ira, ésta nos posibilitará el afrontar y elaborar planes de defensa-ataque hacia el estímulo que sentimos envidia, con la rapidez, intensidad y contundencia características de la ira. Estos planes serán más o menos productivos según la gestión emocional que cada uno sepa darle a su propia ira envidia, que no es igual ‘la emoción’ que ‘la gestión’ de la misma (que es donde se demuestra la verdadera madurez emocional de cada uno).
Bien es cierto que colocarnos en una dimensión de ‘defensa-ataque’ no es igual que estar en ‘desarrollo-evolución’, son dimensiones distintas, con respuestas distintas y distintas consecuencias. Y precisamente por aquí van los tiros en cuanto al segundo impacto que entiendo que tiene la envidia sobre nuestras competencias: la envidia nos aparta de nuestro foco y secuestra nuestra atención. La envidia nos coloca en ‘defensa-ataque’, manteniendo el foco no en nosotros mismos o en nuestros objetivos, sino en ‘el otro’, en sus acciones y movimientos, que nos acaban condicionando nuestros planes y acciones.
Proyectar nuestras emociones sobre las acciones y logros ajenos significa desviarlas de nuestros propios objetivos, nuestros propios planes e incluso en algún caso de nuestros propios logros (que pasan desapercibidos hasta para nosotros mismos por estar mirando para otro lado).
Algo dramático que nos hace gastar energías y tiempo en anhelar lo que no tenemos, en vez de desarrollar lo que somos.
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Lo contrario de la envidia
Visto lo visto y después de hacer un poco de anatomía de la envidia, me cuesta pensar que exista ‘envidia sana’ como tal.
Me pregunto qué está al otro lado de la envidia. Quizás ‘conformidad’, que no conformismo. Me refiero a la aceptación de la realidad de uno mismo y la realidad de los demás, desde el equilibrio, posición ésta que sí me permite responder y emprender mis propias acciones con autonomía y responsabilidad.
Paco Yuste, con quien me formé en coaching, dice que lo nos distancia de lo que SOMOS y nos acerca a nuestro EGO, es el orgullo, la soberbia y la vanidad. Hoy, escribiendo esto, me doy cuenta que el orgullo, la soberbia y la vanidad también son el alimento perfecto de la envidia y la peor trampa que podemos tendernos a nosotros mismos para desviar nuestros recursos y nuestra atención de nuestros propósitos y nuestras acciones.
No sé por qué puñetas hablamos de ‘envidia sana’ cuando a veces queremos referirnos a ‘referencias inspiradoras’, porque el enfoque es totalmente distinto en un caso u otro. De la envidia ya he hablado a lo largo de todo el post. De las referencias inspiradoras no, pero seguro que entiendes a qué me refiero.
Sustituir ‘envidia’ por ‘inspiración’ puede ser también un ejercicio de gestión emocional, probablemente mucho más efectivo que el de enredarnos en fantasmagóricas confabulaciones de por qué el universo conspira a favor de unos y en contra nuestra, emocionalmente más rentable e incluso estratégicamente más efectivo. Sentir envidia sentiremos envidia, ojalá que cada vez menos, otra cosa es lo que hagamos con ella o hacia dónde dejemos que nos lleve. Cuestión de apertura, y de ganas de aprender.
…y tú, teniendo en cuenta el material del que está hecho la envidia, ¿piensas que existe la ‘envidia sana’?
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Epílogo
…así, mientras él tenía su foco aquí…
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…su talento sonaba así…
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Procesos y Aprendizaje
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¿Existe la envidia sana?
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Imagen vía Pixabay
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Como bien dices, querido David, el orgullo, la soberbia y la vanidad también son el alimento perfecto de la envidia, pero… ¿quién está libre de esos pecados? Los humanos “sapiens” seguro que no.
Hola Benito,
…pues creo que nadie está libre de esos pecados, lo que no es excusa para conformarse con ellos y acampar en actitudes que no nos son muy efectivas. Sirva el artículo para que pensemos sobre ello, y en el mejor de los casos, que saquemos algo útil de esta reflexión.
Un abrazo!
David