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La culpa, la vergüenza y mi desarrollo personal

David Barreda 3 octubre, 2016
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#citaciega

“Tras varios días escondido, rabioso, salió…

…descubriendo para su decepción que nadie lo echaba de menos”

De La habitación oscura del pensamiento positivo, Fátima M. Roldán.

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Hay cosas (cada día más) del mundo del desarrollo personal que me parecen un poco paradójicas. Como por ejemplo, cuando te dicen “déjate fluir” y al mismo tiempo te invitan a que seas  “responsable tomando tus propias decisiones”, o cuando te sugieren “que vivas y sientas todo lo que te ocurre” para posteriormente demonizar determinadas emociones y sensaciones (como la culpabilidad, el victimismo, la vergüenza, el orgullo, etc.).

Más allá de los costes emocionales de estos sentimientos, y de lo efectivo o inefectivo que pudieran resultar, lo cierto es que estos sentimientos están ahí, no estamos exentos de ellos y me parece una temeridad y un acto de soberbia sancionar a quien los vive. La falta de empatía del experto es uno de los actos de soberbia más contundentes, y en el contexto emocional me parece una desconsideración mayor. No me gusta la gente que facilita y hace coaching y te está riñiendo todo el rato. Cansinos/as.

…y es que, hasta en emociones tan aparentemente limitadoras como la culpa o la vergüenza podemos encontrar un aprendizaje que nos permita seguir evolucionando (sin necesidad de sentirnos precisamente ‘culpables’ por sentirlas) y afrontar nuestros proyectos y objetivos…

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Culpa y vergüenza, emociones complejas

Siguiendo a Itziar Etxebarria (Psicología de la Emoción, 2011, material que uso de referencia para la redacción de este post), estas emociones son denominadas “emociones autoconscientes”, esto es, que surgen cuando la persona evalúa una actuación propia en base a unos criterios personales que definen ‘lo que es correcto’, esto es, que si no actúas según lo que para ti está bien te sientes ‘culpable’ o sientes ‘vergüenza’.

Esto quiere decir que estas emociones son “sociales” y “morales”. Sociales porque tienen una importante dimensión interpersonal en su origen y aparición, y morales por cuanto tienen un importante impacto en la motivación y en el control de nuestra propia conducta.

Concretamente, en cuanto a la culpa y la vergüenza, nos encontramos con alguien que considera que ha fracasado o está fracasando en relación a lo que esa persona entiende que se esperaba de ella (vergüenza), o en relación a su propia expectativa (culpa).

Son emociones complejas, que surgen de una autoevaluación, que van precedidas de una autorreflexión y que son absolutamente subjetivas, ya que lo que para una persona está bien para otra no tiene porqué estarlo.

Así que no tiene mucho sentido consolar a nadie tratando de hacerle ver que no tiene por qué sentir culpa o vergüenza por tal o cual cosa, que como decía mi abuela “más sabe el loco en su casa que el cuerdo en la ajena”.

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Autoevaluación pública, autoevaluación privada

Nos dice la autora referida que la vergüenza aparece cuando nos evaluamos negativamente de una manera global y en un contexto público. Esto es, sientes que no estás a la altura en una situación compartida con otros, no quieres que te miren, quieres desaparecer y no es muy agradable. No molas.

Por contra, la culpa es específica y privada. Esto es, sientes que no has actuado correctamente, que te has saltado tus propias normas en una conducta concreta… desapruebas interiormente tu manera de actuar en un momento determinado. No te molas.

Es así, salvo que puedas anular a las neuronas encargadas de ‘autoevaluarte’ (los modernos dirán ‘juzgarte’, entornando los ojos), la culpa y la vergüenza tienen la opción de aparecer/desaparecer con más o menos frecuencia e intensidad, según nuestra capacidad de gestionarlas.

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Ni mucha, ni poca

La vergüenza es jodida en cuanto nos anima a no afrontar la situación (y recuerda uno de mis mantras preferidos “lo que no se afronta se repite”). Es una invitación a escapar, a largarnos a que la tierra nos trague. El centro de atención es la persona, como si todos los ojos se clavasen en ella siendo hartamente incómodo y en el peor de los casos insoportable.

Por otro lado, la vergüenza ejerce una importante función autorreguladora. Nos pone en alerta, nos hace estudiar el contexto, tomar conciencia de nosotros mismos, de lo que estamos viviendo, de lo que entendemos por “una situación crítica”, de qué valores están impactando negativamente en nuestro autoconcepto y en nuestra conducta…  información que (una vez enfriada esa situación), nos permitirá tomar cartas en el asunto de una manera efectiva.

Ni mucha, ni poca. La vergüenza será adaptativa en su justa medida, que será la que nos proteja de la conducta inapropiada y nos permita una evolución personal (insisto, dejando enfriar el contexto y buscando los recursos adecuados).

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Cara y cruz de la culpa

La culpa, en cambio, lejos de hacernos huir (aunque a veces lo parezca) funciona como un resistente cable que nos mantiene atados a la situación/persona con respecto a la que nos sentimos culpables. No hay manera de soltarla, ni de disimularla interiormente. Es como si hubiera un mecanismo que nos avisara constantemente de que tenemos una ‘cuenta pendiente’. Un rollo.

A nuestro favor, la culpa puede enfocarnos a la búsqueda de una acción reparadora, que compense lo que para nosotros es una falta. La culpa afina nuestra empatía y en su mejor versión nos pone en acción activando nuestra proactividad en sentido positivo para nosotros y para los demás.

Pensar que la culpa es una cuestión sociológica, ideológica o una mala herencia religiosa me parece simplificar en exceso esta cuestión, y no aportar ninguna estrategia para su afrontamiento, por cuanto nos victimiza. Considerar la culpa como un desajuste entre nuestra imagen y nuestra conducta, por contra, además de conocernos mejor, nos permite actuar en consecuencia y ser protagonistas del ejercicio de nuestros valores.

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Ensayo, error, aceptación y felicidad

Si escribo este post, quizás sea por la cantidad de veces que me termino cruzando con la culpa y la vergüenza en muchos procesos. Y no tienen por qué ser necesariamente procesos personales. Pueden ser procesos profesionales, o proyectos, individuales o colectivos, da igual… es curioso lo mucho que la vergüenza y la culpa obstaculizan las acciones hacia los objetivos deseados.

Cada conducta, rutinaria o extraordinaria, consciente o automática, tiene un motivo y un valor que la orienta. Gestionar adecuadamente esos valores es gestionar nuestro comportamiento y nuestras emociones.

Corregir los desajustes que sintamos entre nuestros valores y nuestras conductas tiene mucho que ver con conocernos, reconocernos, aceptarnos… perdonarnos y actuar… y desmontar nuestro sentimiento de vergüenza y nuestro sentimiento de culpa una de las mejores estrategias para conseguirlo…

…y quizás una de las recetas de la felicidad más asequibles y al mismo tiempo más complejas.

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[quizás sea hora de comprender y aceptar nuestras disrupciones, para optimizarlas y rentabilizarlas]

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Imagen vía Pixabay

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