Se da el caso, tanto en acciones formativas de Inteligencia Emocional, Gestión de las Relaciones, etc., como en procesos de coaching individual, que se escucha a algunas personas comentar el temor a no saber responder cuando alguien les cuenta algún problema o está pasando por una mala racha y se desahoga con nosotros.
Me refiero a esas situaciones en las que alguien nos tiene tanta confianza que decide compartir lo que le está ocurriendo, permitiéndose incluso entrar en carga emocional y apoyarse en la seguridad que le proporcionamos.
Por un lado, deberíamos de sentirnos agradecidos por que una persona nos haya otorgado en un momento determinado su confianza. Eso es sagrado, la confianza permite a las personas desvestirse de sus inseguridades y presentarse vulnerables, para desde ahí y sin “interferencias” reconocerse y poderse trabajar a sí mismos. Es una pasada, es algo inconsciente pero necesario, y necesitamos de los demás para poder hacerlo.
Por otro lado, probablemente nuestra escasa madurez emocional (y hablo intencionadamente en primera persona del plural), nos haga entrar en una especie de pánico del tipo “dios mío qué hago/qué digo yo ahora”.
En algunos casos esa angustia a no saber responder pudiera deberse a que precisamente no tenemos la respuesta para el dilema, situación, etc. que nos esté contando la otra persona. En otros casos, este agobio quizás surja porque nos sentimos tan agradecidos por la confianza que se nos está depositando en nosotros que queremos pagarle a la otra persona cuanto menos dándole orientación en algún sentido, aunque la otra persona no nos haya solicitado ninguna sugerencia.
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Ya estás haciendo mucho…
…si consigues escuchar de manera adecuada.
Te en cuenta que cuando una persona está verbalizando su problema la intensidad de su carga emocional disminuye, y al enfriarse algunos grados ya está ganando esa persona en perspectiva y capacidad de respuesta o al menos, está logrando relajar el bloqueo… mientras nosotros simplemente escuchábamos.
Por supuesto, hay que saber escuchar. Las estatuas no escuchan, así que además de con las orejas debemos de saber escuchar con nuestros gestos, nuestra disposición e incluso nuestras expresiones. Saber escuchar es un arte, un arte que implica hacerse presente a la otra persona sin desplazar el eje de la conversación hacia uno mismo, esto es, manteniendo el centro en el otro.
Saber escuchar no es asentir automáticamente (digan lo que nos digan), ni darle la razón al otro, ni alimentarle los argumentos, ni siquiera significa posicionarnos a favor de la persona que nos está hablando. Saber escuchar se reduce a ser el mejor receptor posible de los mensajes, asumiendo que recibirlos será el mejor vehículo para apoyar a la otra persona. Mostrando nuestra neutralidad más humana, nada más (¡y nada menos!).
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La confluencia emocional y los consejos no pedidos
Uno de los obstáculos a la hora de acompañar a otra persona es la ‘confluencia emocional’, esto es, cuando las emociones del otro confluyen con las nuestras, como si de dos ríos que juntan sus aguas se tratase. El problema en este caso es que empatizamos tanto que terminamos abducidos… y bueno, una cosa es empatizar, lo que facilita el apoyo a los demás, y otra muy distinta es terminar abducidos por la carga emocional del otro y perder la perspectiva que la otra persona y nosotros mismos necesitamos. Recuerda que si no estamos bien y nuestra permeabilidad emocional nos avoca irremediablemente al ‘contagio emocional reactivo’, seremos nosotros mismos los que suframos en exceso por facturas que no son nuestras y perdamos nuestra propia capacidad de respuestas… algo nada efectivo.
Por otro lado, interrumpir el desahogo de la otra persona con nuestros consejos y sugerencias (sobre todo cuando no nos lo han pedido), puede resultar una forma de usurpar el momento del otro (recuerda que tú no eres el protagonista en este momento). Los consejos no solicitados pueden ser una forma de responder exenta de delicadeza, y en el peor de los casos puede ser percibido como una forma de ningunear los sentimientos de quien ha depositado su confianza en nosotros.
¿Y si nos piden consejos?… bueno, es cuestión de ética y honestidad saber desde qué sitio le estamos respondiendo (que siempre será nuestro mapa de la situación), de si realmente somos la persona adecuada para darlo y de si sabemos darlo [te van a seguir queriendo igual, o incluso más, si explicas esto adecuadamente y sin dejar la conexión con el otro].
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Algunas cosas que podemos tener en cuenta
Reflexionando mientras escribo este post, se me vienen a la cabeza algunas cosas que a mí me funcionan a la hora de acompañar a alguien que se está desahogando conmigo y necesita de apoyo.
En primer lugar es importante considerar tanto el momento como el lugar. Y en cuanto al momento me refiero a su momento y al mío, esto es, necesito sentirme con la capacidad de escucharlo y con mi atención disponible para esa persona. En algunas ocasiones, tendremos que adaptarnos a las circunstancias que se den… pero una cosa es adaptarnos y otra ‘forzarnos’. Forzarme reducirá la calidad del acompañamiento. No te puedes imaginar la cantidad de veces que solicitar “un mejor momento para escucharte” (concretando en ese instante, cuándo será ese momento) viene seguido de esa concesión sin ningún problema ni resentimiento.
Del mismo modo, un sitio adecuado que salvaguarde la conversación de interrupciones facilitará la conversación y permitirá cierta intimidad en la expresión de las emociones.
La confianza nunca está ganada del todo, es continua y se alimenta de seguridad, mucho más cuanto una persona se sienta más vulnerable. En este caso, damos seguridad ‘estando para la otra persona’ al 100% (no móviles, no distracciones) y de una forma natural.
Dejar que la otra persona marque el ritmo, que la persona decida qué contar y cuándo… no tiene mucho sentido que seamos nosotros quienes provoquemos la ‘situación de desahogo’. Sólo cuando la otra persona sienta que necesita de nuestra presencia, solo entonces la conexión será posible y efectiva. De momento, mientras eso no se produzca lo mejor que podemos hacer es mostrar explícita e implícitamente nuestra disponibilidad (sin agobiar, sin ser pesados ni redundantes porque conseguiremos justo lo contrario).
No aconsejar, ni sermonear. Da igual lo que nos haya pasado a nosotros, a nuestro primo o a nuestro amigo… da igual que eso ya lo hayamos vivido nosotros antes, que lo hayamos visto en una película o que lo hayamos leído en un libro… cada vez que cuentes ‘la anécdota de turno’ mientras una persona esté compartiendo un problema contigo, estarás usurpando su lugar y ninguneando sus sentimientos. Ojo.
Pregunta, para comprobar que lo estás entendiendo, sin que tu tono de voz muestre más sensación que la del que quiere estar presente en esa conversación. Reformula, repite sus mensajes, para demostrar que lo estás escuchando… que estás ahí. Evidentemente, de la manera más natural, sin que parezcas un robot ejecutando una técnica que has leído, por ejemplo en un Blog, eso sería terrible.
Agracece. Siempre, la confianza depositada. Recuerda que alguien te ha elegido a ti para depositar alguna forma de fragilidad personal y como tal, debe ser recogida con el aprecio y nuestro reconocimiento más humano. Eres afortunado o afortunada si eso te ocurre, no dejes de agradecerlo.
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En definitiva, quizás no se trate de hacer nada más que mostrarnos accesibles, disponibles y activar nuestra escucha más humana, esa que le permite a la otra persona tomar conciencia de sí misma y elegir la mejor respuesta posible.
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[Para ilustrarnos: Never let me down again]
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Imagen de Prylarer vía pixabay
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Me encanta la foto de portada, no solo por si significado subliminal, sino porque frente a mi casa de la infancia había también unas botas colgadas de un cable de luz y siempre me preguntaba cómo podría alcanzarla.
Siempre he pensado en eso de “haz bien y no mires a quien” y leyendo a David incluyo eso del cómo y el cuándo, es decir “en todo momento“, el único inconveniente es el que me recuerda el chiste del joven scout empeñado en hacer cruzar la calle a la viejecita, con el trabajito que a ella le había costado hacerlo en sentido contrario, y es que, como bien dice David, siempre hay que saber escuchar para que tu ayuda sea eficiente y eficaz.
Como ya voy entrando en la edad y mi círculo de amistades también, percibo cada vez más eso de que en cuanto hablas de ti, mi interlocutor habla de él, de inmediato, sobre todo de dolencias físicas y médicos, con lo que ya solo toca escuchar, lo cual no es malo, pero… hay que tener la santa paciencia del sicólogo. Cuando quedo con David, me encanta ver cómo me escucha y me da confianza, pero creo que es por lo de la edad, jejeje.
Un verdadero placer leerte.
Hola Benito,
…no es por la edad por lo que te escucho, es por toda la riqueza que tu conversación aporta. Eres muy generoso compartiendo momentos y aprendizajes, que sin ser paternalista los dejas sobre la mesa para quien quiera cogerlos y aprehenderlos.
Un abrazo y hasta pronto!
David