Cada vez estoy más sorprendido con la estrategia “nada que perder”. Bueno, no sé si es una estrategia, un pensamiento, una actitud o un poco de todo.
El tema es afrontar el reto que tengas entre manos con una mentalidad “nada que perder”. Claro, para eso hay que hacer un trabajo previo que básicamente consiste en hacer una reflexión, entre otras cosa, sobre:
¿Qué quiero?
¿Dónde estoy?
¿Dónde quiero estar?
¿Qué peajes tendré que pagar por el camino?
¿Son realmente peajes o tienen otro significado para mí?
¿Quiero pagarlos?
¿Cuántas cosas me pesan para moverme hacia donde quiero estar?
¿De cuántas me puedo desprender para hacer posible el viaje? + ¿De cuántas quiero desprenderme?
¿Qué significado tienen para mí aquellas cosas de las que no me quiero desprender?
¿Qué beneficio voy a obtener durante el camino? [ojo, no me refiero al beneficio que obtendrías cuando alcances el objetivo, porque no somos adivinos y no sabemos si lo alcanzarás, me refiero a qué beneficios concretos y REALES alcanzarías durante el propio proceso y eres capaz de generar].
Y por último… ¿Qué tienes que perder? ¿Cuánto te importa? ¿Lo asumes?
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No hablo de temeridad
Cuando hablo de “nada que perder” no hablo de temeridad. Esto es, no hablo de lanzarse al vacío con los ojos cerrados porque no, no vas a volar por mucho que lo desees.
Si pensamos en un contravalor de la ‘valentía’ a todos se nos viene la cabeza la ‘cobardía’. Recuerdo una conversación como mi compañero Juan Bellido en la que me comentaba que más allá de la ‘cobardía’, un contravalor de la valentía era la ‘temeridad’. Era interesante su reflexión, ya que pasar a la acción requiere de la activación de unas competencias que a veces se tienen pero están aletargadas y otras tendríamos que generarlas, en un caso u otro, necesitamos de un saber y un saber hacer.
La temeridad tiene dos ingredientes que mezclados pueden ser explosivos: por un lado, mucha ACTITUD (muchas ganas y mentalidad de un ‘si quiero puedo’ radical); y por otro lado, la falta de las competencias necesarias para afrontar el reto. Vamos, que en conjunto, estas dos variables te hacen actuar como el que se lanza a navegar con más voluntad que técnica y sin haberse montado nunca en un barco.
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Tampoco es indolencia
Tampoco quiero que entiendas que estoy haciendo apología de la indolencia, esto es, que el “nada que perder” se pueda entender como una falta de sensibilidad, con un dejarse caer en la inercia de las cosas porque no te importa perder… porque si no te importa perder en este sentido, probablemente tampoco te importe ‘ganar’, y no remarás cuando sea necesario hacerlo (porque será necesario hacerlo).
El “nada que perder” al que me refiero no puede ser equiparado a una falta de propósito, de compromiso, de despreocupación, o de desconexión con tus acciones.
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Lo que pesan las cosas
El “nada que perder” del que hablo, sí que tiene ver con el apego. Con todo aquello que se nos pega, nos engancha y nos mantiene en el sitio sin dejarnos avanzar, o dejándonos avanzar lenta o incluso torpemente (dando rodeos para no soltar lastre y haciéndonos sentir en muchas ocasiones que deambulamos en vez de que avanzamos).
Hay una cuestión para mí clave, y es el ejercicio de introspección que nos permita conocer si el apego que sentimos está alimentado: por una necesidad real y esencial para nosotros, por una necesidad ficticia con consecuencias tóxicas para uno mismo, o simplemente forman parte del repertorio de excusas que nos damos y que llenan nuestra vida de ocupaciones que no nos llevan a ningún sitio ni nos aportan beneficio alguno.
Es brutal considerar la cantidad de cosas que hacemos y que no harían falta hacerlas, y aún así invertimos tiempo, energía y recursos en ellas, son esas cosas que parecen que nos llenan la vida pero en realidad la están vaciando.
Es de sentido común pensar que aligerar el equipaje agiliza el viaje. También es cierto la tendencia que en muchas ocasiones tenemos de llenar la mochila con cosas que al final no terminamos usando, pero que nos ocupan volumen e incrementan el peso que tenemos que soportar. También resulta un tanto estúpido y carente de sentido esa incomodidad que sufrimos a la hora de dejar atrás muchas cosas que nos sobran… y que tendrían un impacto mínimo (o incluso inexistente) si las perdiésemos definitivamente.
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Responsabilidad
Cuando hablo de “nada que perder” también estoy hablando de ‘responsabilidad’, entendida la “RESPONSABILIDAD” como -> “RESPONS–ABILIDAD” -> “RESPUESTA + HABILIDAD” -> “HABILIDAD DE RESPUESTA“.
O dicho de otra manera, hablo de generar la habilidad de respuesta necesaria, en el escenario en el que nos encontremos (que no dependerá de nosotros) para RESPONDER en vez de REACCIONAR, focalizándonos en lo que nos capitaliza personalmente (que son esas cosas de las que no nos hemos desprendido porque nos aportan valor) y en el objetivo que pretendemos.
El “nada que perder” se conjuga muy bien con “la mejor respuesta posible que puedas dar”, porque eso te zafará de la temeridad y la indolencia de la que hablaba antes, y te potenciará la proactividad (esa capacidad que nos permite dejar de ser prisioneros de ‘lo que venga’ para coger el ‘timón de nuestras decisiones’ y navegar con rumbo entre nuestras circunstancias).
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Ecología
…y por último, una actitud ecológica es lo que marca la diferencia del “nada que perder”. Porque si le quitamos la ecología corres el riesgo de acentuar tu ‘egoísmo malo’, de perseguir a toda costa y a costa de quien sea tu objetivo porque sientes que “no tienes nada que perder”, y de sobrepasar a quién sea, como sea… y no, no termina siendo muy efectiva esa actitud.
El punto de ecología implica actuar bajo tus criterios, desde tus decisiones, considerando responsablemente tu entorno: el personal, el social, el profesional e incluso el ambiental. Esto es, se trata de seguir tu camino pero dejando que la hierba por la que pasas pueda crecer e incluso nutrirse con tu pisada.
Lo contrario, más que conectarte te desconectaría de unas relaciones que cada vez se hacen más necesarias en un mundo en el que la conectividad y la complementariedad son esenciales para nuestra supervivencia.
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A mí, personalmente, lo que me aporta este enfoque es LIBERTAD para generar la capacidad de expresar lo que soy (a través de las palabras, mis relaciones o mi trabajo), lo que a la postre tiene una repercusión positiva sobre la ‘autoconfianza’.
Reconozco que este es un enfoque que quizás haya nacido de mi agotamiento al pensar la cantidad de cosas (pocas tangibles, la mayoría intangibles) que podría perder si daba un paso u otro… y de lo poco que me movía tratando de conservar lo que me sobraba, mientras el tiempo pasaba y la inmovilidad me abrumaba.
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[Pensamiento: lo mejor de las mudanzas y las limpiezas, es la cantidad de cosas que tiramos y no echamos de menos]
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Bonus vídeo
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Nada que perder
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Hola David,
Justamente el otro día (creo que ayer) reflexionaba sobre este tema. A veces el “nada que perder” puede ser un increíble impulsor hacia la acción, pero debe tomarse con la calma que requiere hacer las cosas bien hechas.
Quizás el “nada que perder” debería ser la chispa que encienda un “fuego lento”.
Gracias por tus reflexiones David.
¡Un abrazo!
Hola Francesc!!
…creo que estamos en sintonía con la mentalidad ‘nada que perder’, efectivamente, es eso: la chispa que te invita a encajar tus miedos en el fondo para activar tu proactividad.
Abrazo amigo!
David
¿Nada que perder?
Pienso que siempre hay algo que perder, afortunadamente, pues eso de que siempre salga todo bien, es propio de “dioses”, con minúscula, es decir, de fatuos, petulantes, creídos y bobos.
Los que nos consideramos “normales perdemos muchas veces, pero gracias a ello, mejoramos continuamente siempre que razonemos en la causa del error, incluso haciendo, como dice David, esa gran “cantidad de cosas que no harían falta hacerlas, y aun así invertimos tiempo, energía y recursos en ellas”, pues percibo que eso es parte de la satisfacción de la vida diaria, lo que siempre se ha conocido como “hacer tonterías de vez en cuando”. No todo debe ser “perfecto” dentro del estado de imperfección humana.
Me quedo, entre otras muchas reflexiones de mi querido David, con esa que dice “la mejor respuesta posible que puedas dar”
Siempre es un placer leerte Benito,
Fíjate, yo creo que el ‘nada que perder’ más positivo es el que nace de un proceso sano que nos facilita el desapego de aquello que ‘nos sobra’.
Un abrazo,
David