Creo que uno de los logros más importantes que alcanzamos las personas a lo largo de nuestra vida es la traducción de lo que sentimos que queremos o necesitamos a los objetivos y metas específicas que darán respuesta a esa necesidad. Me parece esencial y en muchas más ocasiones de las que creemos no es tan sencillo como nos pudiera parecer a priori.
Y es que no es lo mismo tomar conciencia de la necesidad que late debajo de tus sentimientos (que esto ya es un proceso en sí), que de aquello que alimentará y satisfará esa necesidad. No es lo mismo, no es una obviedad y ya me parece un paso enorme pasar de lo abstracto a lo específico en este sentido… y es que si no lo hacemos, si no concretamos qué es lo que necesitamos nos instalaremos en un hambre inespecífica que no sabremos con qué alimento saciar.
Ahora bien, una vez que ya le hemos puesto nombre al lugar al que queremos llegar, otro reto es el de dibujar y emprender los itinerarios que nos permitan arribar a nuestro deseado destino, y llegado el caso, averiguar qué es lo que puedo hacer cuando ya creo que lo he intentado todo para llegar sin lograr ver el final del camino.
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Todo lo que está ‘en tu mano’ o todo lo que está ‘a mano’
Ponernos en marcha hacia nuestro objetivo nos resultará más o menos sencillo en función tanto del conocimiento que tengamos sobre cómo es el terreno que vamos a pisar, como de la actitud con la que afrontamos la marcha; vamos, que además de conocer la buena técnica del senderista, necesitamos el ánimo necesario para aplicarla adecuadamente en cada pisada; y es que el saber lo que queremos y lo que tenemos que hacer para conseguirlo no nos garantiza que lo hagamos, ni que lo hagamos de la manera adecuada.
En la mayoría de las ocasiones, nos vamos descubriendo en la propia marcha hacia nuestro destino, en el comportamiento que manifestamos hacia la meta. Es en la ejecución (o incluso en nuestra inmovilidad) donde se articula realmente nuestra motivación, nuestras fortalezas y nuestras debilidades. El valor que tengamos para sacarle partido a estos descubrimientos, probablemente, será nuestro principal y mejor recurso para afinar nuestro paso.
Y si no llegamos…, y si después de todo vemos que no llegamos… ¿Realmente hemos hecho todo? ¿…todo lo que estaba en nuestra mano o solamente lo que teníamos más a mano?
¿Qué nos queda por hacer cuando creemos que ya lo hemos hecho todo para conseguir algo?
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¿Qué más tengo que hacer?
Cuando creo que ya lo he hecho todo y no he llegado dónde quería, cuando vivo ese momento, cada vez estoy más convencido de que solo me queda una cosa, y no es algo agradable, y probablemente sí algo que he estado evitando desde el principio: afrontar y encarar mis miedos con respecto a esa meta y su camino.
Y no es cómodo, y quizás por ello nos empeñamos en negociar con nosotros mismos si no hubiera otra solución, otra vía más sencilla, otros recursos e incluso otros objetivos que pudieran satisfacer esa necesidad que tenemos abierta… cualquier cosa antes de asumir que para nadar, necesariamente, voy a tener que mojarme (por mucho miedo que le tenga al agua). Que sí, que puedes pasarte horas dando vueltas a la piscina, pero si tu objetivo es nadar, efectivamente… tendrás que mojarte.
Reconozco que me llama poderosamente la atención como la vida, en muchas más ocasiones de las que imaginamos, coloca detrás de cada miedo lo que queremos y necesitamos.
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Utilizar el miedo
Para utilizar el miedo lo primero es saber qué significa, o qué nos está tratando de decir. María Dolores Martín Díaz, en el libro Psicología de la Emoción (Ed. Ramón Areces) comenta que “el miedo es un legado evolutivo vital que tiene un valor de supervivencia”, y que se desarrolló para producir respuestas adaptativas sobre cómo detectar un problema y responder al mismo.
Ante un reto, el miedo nos informa de que nos estamos moviendo en territorios tan inciertos como emocionalmente significativos para nosotros, y ante lo desconocido, la posibilidad de un posible daño o perjuicio se adelanta en nuestra imaginación a efectos preventivos.
El miedo nos informa también de nuestro desconocimiento sobre si tenemos las capacidades necesarias para afrontar el objetivo que pretendemos, algo que se traduce en inseguridad o amenaza… a mayor incertidumbre sobre nuestras competencias, más intenso es el miedo.
Sea como sea, en previsión al daño que nos pudiera ocurrir, el miedo nos proporciona la activación necesaria para escapar de un determinado contexto, algo que si bien nos puede salvar la vida en muchas ocasiones, en otras, nos aleja precisamente del necesario afrontamiento de los obstáculos que nos separan de nuestras metas y objetivos.
…y ojo, lo que no se afronta, se repite.
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¿Reaccionar o responder?
Así, la reacción propia del miedo es la conducta de huida de ese estímulo sobre el que imaginamos peligro, bien sea físico, psicológico o social. El miedo nos facilita el escape y la evitación de lo que nos ocasiona daño.
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Más allá de la reacción, afortunadamente, está la respuesta. Que no es lo mismo ‘reaccionar’ que ‘responder’, ya que mientras lo primero es mecánico y casi nos deja a merced de las circunstancias, lo segundo, la respuesta, nos permite tomar partido en la situación y elegir la conducta que estimamos adecuada para nosotros en ese momento.
Si el miedo nos previene de situaciones que percibimos como peligrosas para nosotros mismos, la respuesta adecuada nos permite indagar sobre cuáles son los recursos que necesitamos para afrontar esa circunstancia, cómo podemos generarlos o dónde podemos encontrarlos. A veces esos recursos tienen forma de apoyo social, otras veces de formación, otras de experiencias, otras de conversaciones y otras de afrontar retos similares.
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Sin lugar a dudas, para mí, lo peor del miedo es la inmovilidad, la parálisis. Es algo que nos deja colgados en la incertidumbre, que nos deja parados a justo un milímetros de los territorios que nos quedan por explorar. El olor al miedo, a veces, es el mismo olor del afrontamiento, y tras el afrontamiento siempre quedará un sabor a la victoria de habernos superado a nosotros mismos (independientemente del resultado).
Cuando ya no sepamos qué es lo que tenemos que hacer, quizás, haya llegado la hora de dejar de defendernos, de plegar las púas para no pincharnos, ni pinchar a nadie y echarnos a rodar por nuestras decisiones, descubriéndonos sobre la marcha, dejándonos sorprender con nuestras respuestas. La incertidumbre deja de ser incertidumbre cuando se convierte en algo pasado, siempre que lo hayamos afrontado.
No dejes que tu miedo sea algo abstracto o inespecífico, porque cuanto más inespecífico sea más se transformará en ansiedad. Ponle nombre, llévalo al máximo de concrección posible. Verbalízalo, verbaliza tus opciones y prúebalas en escenarios reales. Tu miedo entonces pasará a ser tu aliado, te protegerá, te avisará pero no te bloqueará.
No olvidemos tampoco que el miedo es una Fantasía, una Expectativa que Aparece como una Realidad en nuestra imaginación… pero sin dejar de ser eso, una fantasía, una expectativa…
…y colgarse de una expectativa no merece mucho la pena, que como dice Neil Young en la canción, es mejor quemarse que oxidarse…
Cuando creemos que ya lo hemos hecho todo… quizás toque afrontar nuestros miedos.
(Amo esta canción…)
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Procesos y Aprendizaje
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Cuando crees que ya lo has intentado todo
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Habitualmente, en mis conferencias, recomiendo a los jóvenes que primero deben marcarse el objetivo, después averiguar que herramientas necesito para alcanzarlo y, por último, lo tengo claro, a partir de ahora les indicaré que lean este artículo de David Barreda y visualicen el video que nos “regala”
Muchas gracias amigo!!
…gracias de corazón Benito, es todo un honor que recomiendes este recurso. Un fuerte abrazo!!
David