#citaciega
“…de repente bajaron las temperaturas,
y tuvieron que acercarse, y darse calor, y darse las gracias…”
De Las estufas encencidas, Fátima M. Roldán
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Hoy voy a participar en una Jornada que tiene como objetivo fomentar la cooperación entre emprendedores, organizada por el CADE Huelva. La jornada se celebrará en Corrales (Aljaraque), así que si lees esto, estás cerquita y el programa te interesa lo mismo aún estás a tiempo.
Lo interesante de la jornada será sin duda las interacciones que allí se puedan establecer, bien entre emprendedores, entre personas que están a punto de emprender y entre quienes asistan y compartan estas horas de trabajo colectivo.
Siempre que abordo este tema me gusta bucear y llegar al por qué de las cosas. Incluso de las cosas aparentemente más evidentes, como puede ser la necesidad de cooperar, generar sinergias, etc.
¿Por qué tenemos que cooperar? ¿Realmente es importante cooperar?… ¿Tan malo es competir?… te podría responder desde mis valores, desde lo que mis creencias consideran ‘políticamente correcto’ o desde lo que se espera que diga…
…pero me sentiría incómodo, me faltaría algo y mi participación sería un desastre. A mí se me nota todo, así que necesito profundizar en cada tema que abordo y compartir mis conclusiones…
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El cerebro social
Ya escribí hace unos meses sobre esto. El antropólogo británico Robin Dunbar confirmó la hipótesis de la Inteligencia Social, según la cual, nuestro cerebro se desarrolló como lo hizo para solucionar determinados problemas sociales (fundamentalmente, para mantener al grupo unido y facilitar así la supervivencia).
En las investigaciones sobre nuestros antepasados, Dunbar encontró que el tamaño del neocórtex (parte del cerebro que se encarga de las funciones cognitivas complejas) correlacionaba con el tamaño del grupo en el que vivían los individuos y la complejidad de las interacciones que entre ellos se daban.
En definitiva, nuestro desarrollo se vio claramente empujado por la necesidad de establecer interacciones efectivas entre las personas.
Otra cosa distinta es que esas interacciones efectivas tuvieran que ser necesariamente positivas o negativas… esto es, que las relaciones que se dieran en aquellos grupos estuvieran marcadas por una necesidad de cooperar y hacer equipo… o por una necesidad de competir y eliminar del grupo a los elementos peligrosamente disruptivos.
Tanto un caso como otro, no deja de ser una manifestación de la Inteligencia Social.
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Lo malo y lo bueno de la Inteligencia Social
Siguiendo a las Profesoras Elena Gaviria e Itziar Fernández (en Psicología Social, Ed. Sanz y Torres), la Inteligencia Social tiene por tanto una doble vertiente.
Por un lado está la denominada Inteligencia Maquiavélica, que es la que se orienta a manipular a los demás con la finalidad de obtener beneficios individuales.
Y por otro lado, el lado más suave de la Inteligencia Social que otorga igual importancia tanto a la manipulación de los demás como a la cooperación entre los integrantes de un colectivo, con el objeto de mantenerlos unidos y coordinados para la satisfacción de sus necesidades.
Dos enfoques con una misma raíz (la necesidad de relacionarnos) y dos direcciones distintas, la de competir vs la de cooperar. ¿Cuál de ellas es la más efectiva?
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¿Quién gana?
Atendiendo a un enfoque puramente evolutivo, parece ser que lo más optimo es la combinación de ambas estrategias, la maquiavélica y la cooperadora.
La primera permite que las personas generemos las mejores estrategias para no quedarnos atrás, superarnos y superar a nuestros rivales. Esto garantizará nuestra supervivencia.
Pero claro, para desarrollar esas estrategias de las que hablamos necesitamos también energía, tiempo y recursos… variables que se obtendrán más fácilmente a través de la cooperación con los demás y con el desarrollo de conductas prosociales.
En otras palabras, competir nos hará mejores, y saber cooperar lo hará posible.
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Tendencias opuestamente efectivas
En conclusión, somos competitivos por naturaleza, pero al mismo tiempo, somos capaces de llevar a cabo conductas de altruistas, de ayuda y cooperación. Siendo la combinación de ambas la mejor propuesta posible que nos hará crecer en todos los sentidos.
Desde mi punto de vista, una cooperación por la cooperación, vacía, sin proyecto que la capitalice, en un contexto profesional, a la larga nos hará sentirnos afectivamente agotados, conformistas y con poco retorno en cuanto a los resultados.
Por otro lado, un enfoque extremadamente competitivo generará más miedo que respeto, más rechazo que facilidades y más desgaste que oportunidades.
La solución, por tanto, está en la ‘coop-etición’.
Nada nuevo diré si recuerdo que de nuestros antepasados fueron los más gregarios y colaboradores los que pasaron al siguiente escalón. Saber competir es un arte. Saber cooperar una virtud. Saber articular ambas una destreza que nos humaniza y nos afina las competencias, no nos deja conformarnos y nos permite orientarnos a mejores resultados.
…y todo ello sin hablar de la cantidad de oportunidades ocultas que se encuentran detrás de cada interacción, detrás de cada relación, por muy dispar que pudiera parecer… pero esto, lo cuento dentro de un rato en Corrales.
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La necesaria coopetición (sí, coopetición)
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Imagen de Alexas_Fotos vía Pixabay
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