#citaciega
“…nadie se esperaba que al terminar el discurso,
delante de todos, se bajara el…”
De Un millón de cosas que deberías saber antes de morirte,
Fátima M. Roldán
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La semana pasada, preparando una sesión formativa en la que iba a hablar de las preguntas como herramienta de orientación y acompañamiento a personas, volví a consultar algunos libros y apuntes que tenía archivados. Fue genial hacer esa consulta. Quería reencuadrar lo que tenía en la cabeza y en la experiencia, y volver a las fuentes fue todo un refresco.
En ese tiempo, volví a tomar conciencia de algo que tengo muy asumido. Tener algo muy asumido está bien, lo haces tuyo. Pero por otro lado corres el peligro de automatizarlo tanto que lo conviertes en invisible, pasas por encima de ello… vamos, que lo terminas diluyendo por completo. Es lo que tiene automatizar las cosas.
La cuestión es que reconecté con la importancia de las preguntas en los procesos de acompañamiento a grupos y personas, procesos que tienen como objetivo la gestión y dinamización del pensamiento, para convertir este pensamiento en conocimiento, y este conocimiento en acciones.
…y es que, como dice el matemático Enrique Gracian, “Un problema bien planteado siempre lleva a la solución”, y en esto las preguntas juegan un papel fundamental
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La magia de las preguntas
Hay dos aspectos de las preguntas que me parecen fascinantes.
El primero es que las preguntas siempre se contestan. Da igual que la respuesta se verbalice o no. Da igual que la respuesta se escriba o no. No importa. Lo cierto es que una pregunta siempre se contesta, en algún sentido, en la cabeza de quien la recibe. Piénsalo bien: ¿Qué estación del año te gusta más?… puedes elegir una de las cuatro estaciones en tu cabeza, o puedes decir “paso”, “déjame en paz”, o “no tengo ganas de responder a esa chorrada”… y todo esto son formas de respuestas, y todas aportan alguna información. Las preguntas generan estímulos internos en forma de respuestas, independientemente de que se verbalicen o no.
Otro aspecto de las preguntas, verás, vamos a jugar… ¿Cuántas puertas tiene tu nave espacial?… piénsalo, venga, ¿Cuántas tiene, dónde las tiene?…
…salvo que realmente tengas una nave espacial, que permíteme que lo dude, si has contestado a esto podemos constatar que las preguntas crean realidades.
Estos dos aspectos de las preguntas, ‘siempre se contestan’ y ‘crean realidades’, son un potente recurso de proyección de deseos, inquietudes, obstáculos y soluciones.
Ahora está el cómo las articulemos en una conversación para generar valor, que no es igual preguntar “¿Qué vas a hacer el día que suspendas?” a “¿Qué vas a hacer el día que apruebes?”…no es lo mismo, no.
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La pregunta útil
Dice John Whitmore que “formular o hacer preguntas cerradas libera a la personas de tener que pensar. Hacer preguntas abiertas las obliga a pensar por sí mismas”.
Es así, considerando el no caer en la trampa de la divagación (pregunta abierta tras pregunta abierta que no nos llevan a ningún sitio, y nos hacen dar vueltas a lo mismo agotándonos); ni en emplear un tono de voz en su formulación que suene a ‘evaluación’ o ‘fiscalización’… que eso lejos de movilizar a las personas las pone a la defensiva.
Whitmore comenta que las preguntas efectivas generan conciencia y responsabilidad. Para ello, la pregunta debe permitir a quien la responde: observar su propia realidad tomando perspectiva sobre ella, centrarse en el centro de la cuestión dejando caer anécdotas superfluas y distractores en forma de detalles irrelevantes, y focalizar su atención en los hechos (sin juicios, ni valoraciones precipitadas que la mayoría de las veces generan más interferencia que otra cosa).
Para ello, este autor nos propone que planteemos preguntas descriptivas, preguntas que permitan cuantificar o deducir hechos a la persona (podemos usar el: qué, cuánto, quién, cuánto, cuántos…), y evitar los ‘por qués’ o los ‘cómo’ a destiempo, ya que estas dos últimas nos llevan a un pensamiento analítico… y cuando se activa el análisis, se pierde capacidad de observación, y cuando no se observa… difícilmente se da la necesaria toma de conciencia que permitirá decidir y actuar responsablemente.
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La respuesta pertenece a quien contesta
Así, las preguntas siempre se contestan, generan realidades, conciencia y responsabilidad… para quien la responde, y es para esa persona la respuesta, dueña absoluta de la misma.
Por ello, resulta poco honesto formular preguntas que de una forma u otra inciten a una determinada respuesta, generen nuevos conflictos gratuitos e improcedentes, o marquen claramente un sendero por el que seguir… eso, en el mejor de los casos creará una solución pasajera y postiza, y en el peor una pérdida de autonomía.
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Dicen que quien manda en una conversación es quien pregunta, no quien responde, porque quien pregunta decide sobre qué se habla. Es curioso, siempre se piensa que el liderazgo en una conversación lo ostenta quien más minutos de intervención ocupa. Nada más lejos de la realidad. Es quien pregunta quien marca la pauta.
Por ello, es toda una responsabilidad y un privilegio que alguien te deje que le preguntes… que comparta sus respuestas, su pensamiento… piénsalo bien, porque si eso te ocurre, personal o profesionalmente, sería una pena usurpar un espacio que no es el tuyo y perder a oportunidad de ejercer tu humanidad de esta manera.
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La pregunta adecuada
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Imagen de Pixel-mixer vía Pixabay
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