Ayer, impartí una formación en la Escuela Andaluza de Economía Social en Osuna, en un Curso Avanzado de Dirección Cooperativa para FEDECACES, en la que entre otras cosas hablamos de ‘liderazgo emocional’, para mí, la forma más efectiva que he encontrado de ejercer y desarrollar el liderazgo, que nada tiene que ver con la práctica del buenismo y que pone en práctica el arte de dirigir la realidad laboral hacia los objetivos deseados sin incomodar innecesariamente a nadie.
Durante los días previos a la formación, durante la formación y ahora mismo, no he dejado de pensar en el chorreo continuo al que nos vemos sometidos con el tema del liderazgo. Como si existiera una obsesión en el mundo de las competencias profesionales por forzar la generación de liderazgo a toda costa en todo el mundo.
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El liderazgo de todo el mundo
Y está genial, en serio, porque la potenciación de un liderazgo sostenible (aquel que implica la gestión de los recursos hacia los objetivos deseados, sin que esa gestión suponga el sacrificio del propio líder, de sus subordinados o de la organización), conlleva que las personas pasen de reactivas a proactivas, de pasivas a responsables, de espectadoras a tener ‘habilidad de respuesta’ en el escenario que se encuentren… y todo esto, bien encajado, construye un tejido social fuerte y flexible dentro de cualquier organización.
La cuestión está en que este continuo de mensajes sobre la importancia del liderazgo, sobre que tienes que tener capacidad para liderar y toda esta movida, lleva en ocasiones a un desmedido deseo de querer ejercer ese liderazgo en todas las ocasiones, en todo tipo de contextos. Pareciera que si no lo haces, quedas en evidencia.
El liderazgo es importante, pero obsesionarse con el liderazgo termina pasándonos de rosca a todos. A veces pienso que el ejercicio del liderazgo está sobrevalorado, sobre todo cuando quedan cosas por hacer mientras los líderes hablan y se postulan ante sus equipos.
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Reunión de gallitos y gallitas en un corral estrecho
Así, a veces, algunos equipos de trabajo, en según qué momentos, se parecen más a una reunión de gallitos en un corral estrecho que a un grupo de colaboradores orientados a un objetivo.
Normal… después de la tan cacareada y remarcada importancia del liderazgo, ¿qué podríamos esperar? Más aún cuando el liderazgo alimenta una de las necesidades que más gustito no da cuando nos la satisfacen, la necesidad de ‘ser reconocidos por los demás’, que según Maslow va justo antes que la de ‘autorrealización’. De hecho, mola tanto saciar esta necesidad de ‘reconocimiento’ que mucha gente prefiere quedarse en ella, olvidándose de pasar al siguiente escalón, el de su propia autorrealización.
La ‘convergencia de gallitos’ tiene mucho que ver con la idea que cada uno tenga de lo que es el liderazgo y de querer establecer esa idea en el equipo. Lo puedo entender, para mí, el liderazgo termina siendo algo muy subjetivo, esto es, basado en las propias experiencias y creencias que cada uno tiene de lo que es un ‘buen líder’. El liderazgo por definición es ‘relacional’ y en conexión con el ejercicio de valores personales, por lo que cualquier divergencia en este sentido será examinada con atención.
Así, y aunque encuentres cierto consenso en un equipo sobre lo que debe ser un buen o una buena líder, en la práctica encontramos significativos matices cuando la dirección es ejercida por una u otra persona de ese equipo.
Definitivamente, considero que estamos avocados a un ejercicio único e intransferible de esta competencia. Y eso no es malo (todo lo contrario), si es aceptado y bien gestionado por la totalidad del equipo.
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El buen subordinado
Me llama la atención, quizás porque venda poco, quizás porque sea algo que no suene muy bien, lo poquito que se habla de ser un buen o una buena subordinada. Esto es, una persona que facilite el ejercicio del liderazgo.
Esto nada tiene que ver con decir “sí bwana” a todo, con dejar de tener sentido crítico, perder la iniciativa o zombificarse para ponerse al servicio del jefe o la jefa.
Saber cuestionar con el argumento adecuado es un valor, saber hacerlo en el momento preciso una cualidad; tener sentido crítico amplía los grados de perspectiva sobre los asuntos; tener iniciativa favorece el desarrollo de los proyectos (y de los equipos, y de las personas); ejercer tu identidad en los lugares en los que participas permite la integración adecuada y aumenta el sentido de pertenencia.
Cuestionar cualquier cosa con el objetivo de hacerse notar es un drama; criticar todo lo criticable, una manifestación de que tienes más de una necesidad insatisfecha; confundir la iniciativa con desafiar a quien ejerce el liderazgo, una falta de sentido colectivo y un manifiesto desinterés por alcanzar los objetivos comunes.
De una forma u otra, en muchas ocasiones tenemos que ceder el liderazgo, bien por una cuestión puramente formal o bien por una cuestión de efectividad. Y no pasa nada.
Me parece vital aprender a interpretar los contextos en los que actuamos y a reconocer dentro de ellos los roles que interactúan, reconocer quién ocupa cada posición, en cada momento y cómo estas posiciones se articulan hacia el objetivo planteado. A veces te gustará más, otras te gustará menos, a veces tendrás más opción de movimientos y otras menos.
En este sentido, tomar conciencia de cuál es el ‘estilo de liderazgo’ que nos está dirigiendo nos facilita la gestión del mismo de una forma inteligente, como subordinado, facilitando las estrategias planteadas sin que ello suponga una carga emocional para nosotros mismos.
No estoy hablando en este post de aceptar todo tipo de liderazgo, ni de aceptar o gestionarnos ante tiranías… no, no es el tema, hoy no hablo de eso. Cuando el liderazgo es cabrónico evidentemente cuesta dejarse liderar. Hablo del puñetero trabajo que nos cuesta a veces facilitar el liderazgo de otras personas, aunque no nos guste su estilo, y de dejar a un ladito nuestro ‘ego’ para alcanzar los objetivos colectivos.
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En definitiva, también es una forma de liderazgo
Pues eso, que saber ‘dejarse liderar de una forma inteligente’ quizás también sea otra forma de ejercer nuestro propio liderazgo. Y no lo digo para que te quedes tranquilo y conserves tu pátina de líder en cualquier circunstancia, que no, lo digo porque lo creo así.
Cada día valoro más el sentido de la ‘pertinencia’… en todos los ámbitos. Saber tomar las riendas y saber cederlas. Saber proponer en el momento adecuado, tener la iniciativa o demorarla. Regular la intensidad de nuestras competencias según el contexto, según el momento. Posicionarse en el lugar adecuado, sobre todo en el momento adecuado. Facilitar. Asumir las decisiones colectivas. Comprometerse con el proyecto y las estrategias (aunque tú no lo hubieras hecho así)… en definitiva, ser pertinente en el ejercicio de tu competencias, de tu identidad y de tus criterios.
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…y todo ello aún reconocimiendo que hay peleas de gallitos muy productivas (ver vídeo a continuación)
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https://www.youtube.com/watch?v=vdqTzuxytu0
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Procesos y Aprendizaje
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¿Te cuesta dejarte liderar?
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Imagen de Hans vía Pixabay
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La pertinencia, amigo David, es una de esas virtudes que deberían estar en el frontispicio de todas las Organizaciones: es una especie de desatascador en las luchas de egos, o de gallos, como comentas.
Gran post David.
Un abrazo.
Gracias Pedro!
…estoy muy convencido de que el sentido de la ‘pertinencia’ es una virtud que hace grande a quien la tiene, y que le permite tomar una posición privilegiada para gestionarse y gestionar sus participaciones.
Gracias por estar!
Un abrazo,
David
Quizás es que la condición humana nos lleve a eso. Hace un tiempo vi un chiste gráfico en el que el jefe abroncaba a un trabajador, esté al llegar a su casa lo hacía con su mujer, quien descargaba luego la ira contra el hijo, a su vez este pego una patada al perro y el perro mordió al gato que se lanzó seguidamente contra el ratón…., ¿será eso sinónimo de liderazgo fustrado?
…o de aprendizaje vicario, continuo, en bucle y destructivo…
¿?
😉
Un abrazo Benito!
David