#citaciega
“…mira,
por lo visto
no tengo derecho a ná…”
‘El Arruinavidas’, de Fátima M. Roldán
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Es curioso. Quizás nos pase a todos. Pero con el tiempo, las personas tenemos un discurso bastante predecible. No sé si eso es bueno o malo, lo cierto es que cuando conoces a una persona lo suficiente casi puedes predecir la respuesta que te va a dar al plantearle algo.
No me refiero a que vayas a adivinar qué es lo que te va a contestar, de manera exacta. Ni que sepas a ciencia cierta las palabras que te va a soltar. Me refiero sobre todo a la actitud en la respuesta…
…te digan que sí, que no o que regular, da igual… la actitud que envuelve la respuesta genera unos efectos anímicos que pueden ir desde los mejores hasta los más negativos… insisto, aunque te digan que sí y te den la razón, hay personas que pueden amargarte el día…
Comento esto porque me llama especialmente la atención el tipo de discurso en el que de manera recurrente no faltan las quejas y los inconvenientes. Todo es una dificultad, siempre hay una pega, un “pero”, un lastimoso “no sé…”, un suspiro de “es que no puedo con mi vida” …
…un algo que te hace que se te quiten las ganas de volver a intentarlo.
Son las personas esencialmente enganchadas a la queja y al ‘malrollismo interior’, detrás de las que se esconden grandes (y la mayoría de las veces, falsas) víctimas en busca de un consuelo infinito que, como podrás intuir, tampoco será suficiente.
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Sobre la queja
A ver, me gustaría aclarar algo antes de seguir. La queja no es siempre mala. Digo esto porque, sobre todo en el mundo del Coaching, la queja está muy penada y se sanciona a veces sin piedad. Parece que si te quejas no estás haciendo los suficiente ante una determinada situación, y eso, no siempre es así.
La queja es una expresión a la que todos tenemos derecho. Nos ayuda a expresar dolor, tristeza, enfado… la queja le pone palabras a un estado de ánimo, y en ese sentido, puede ser muy positiva siempre que no nos quedemos acampados en ella. Quizás sea ese el gran problema de la queja, quedarnos a vivir en ella.
Y es que, en cierto modo, vivir en la queja puede tener sus beneficios a corto plazo, falsos beneficios, pero beneficios, en definitiva. Por un lado, la queja puede servir para inspirar compasión y alertar al otro de que necesitamos que ‘nos pasen la mano por el lomo’. Pero claro, en este caso la queja ya ha perdido su función de ‘expresión’ de un estado de ánimo y se ha convertido en un ‘instrumento’ para ser aceptado, querido, comprendido, etc., o en otras palabras, en un modo de chantaje emocional.
Por otro lado, la ‘queja’ puede estar escondiendo asuntos no resueltos. Un enfado enquistado, un miedo que no se gestiona o una tristeza latente se pueden disfrazar en una colección de quejas que no paran de salir y que la mayoría de las veces no vienen a cuento. Muchas veces la queja es el muro que oculta algo que no se está afrontando, y que siempre termina dando la cara.
Así, la queja puede ser una expresión necesaria, un instrumento para captar la atención de los demás o el humo de algo que se está quemando.
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El malrollismo interior
El uso continuado de la queja de una forma instrumental puede terminar generando un estado de “malrollismo interior”…
…si fuera un tío estudiado diría que genera un estado de victimismo, o victimismo vital, pero como soy un indocumentado hablo de “malrollismo interior” que es un término que se me ha ocurrido escribiendo el post y que me hace mucha gracia…
El “malrollismo interior” tiene que ver con una cierta adicción a lo negativo, que sirve de escudo y justificación a todo lo que te ocurre en la vida. Hasta lo bueno puede dar pie a la siguiente desgracia (por ejemplo, estás todo el tiempo quejándote porque no tienes trabajo, hasta que te sale y te quejas por lo jodido que es ir a trabajar). Resulta una actitud tan improductiva como recurrente.
Hay que reconocer que el “malrrollismo” tiene un alto grado de creatividad por cuanto es capaz de hilar impecablemente todas las variables y acontecimientos que ocurren, para elaborar una perfecta historia conspirativa contra uno mismo. El universo contra esa persona. El “malrollista” siempre es la persona más perjudicada por todo, la víctima perfecta.
Además, son expertos en poner en valor su malrollismo contándoselo a todo el mundo, ya que de lo contrario, esta actitud perdería mucho de su sentido.
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No entrar al trapo
Cualquier discusión sobre este tema con una persona que mantiene un discurso quejoso, solo servirá para que se sienta más atacada aún y más víctima. Presas de un Locus de Control Externo, por que el que creen que no tienen capacidad de acción en sus vidas y que están a merced de los acontecimientos que le vayan ocurriendo, no es muy buena idea entrarle al trapo o seguirles el rollo…
…así, pasarle la mano por el lomo, o asumir responsabilidades en su lugar… puede terminar reforzando su posición de víctima y agotándonos emocionalmente a nosotros.
No me gusta hablar de personas tóxicas. No creo que existan las personas tóxicas. Sí creo que existen relaciones tóxicas y actitudes tóxicas, de las que hay que huir, pero no personas tóxicas. Darnos cuenta de que actitudes como esta pueden estar afectándonos, es el primer paso para poner un corta fuegos cuanto antes, y desde ahí…
…saber decirles que no, con respeto y como acto de apoyo; no caer en su chantaje, con voluntad y sin resultar contagiados emocionalmente; o estar dispuestos a apoyarlos si necesitan de alguna estrategia para salir de su problema, pueden ser vías que por un lado dejan la puerta abierta a la otra persona y por otro, nos protegen de morir achicharrados por compasión.
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Sea como fuere, hay personas que viven en el “qué bien tan mal”, como Maribel…
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